Skip to main content

La de San Quintín: Escena XI

La de San Quintín
Escena XI
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. PERSONAJES y ACTORES
  4. ACTO I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
  5. ACTO II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
    18. Escena XVIII
    19. Escena XIX
  6. ACTO III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
  7. Autor
  8. Otros textos
  9. CoverPage

Escena XI

ROSARIO, VÍCTOR por la izquierda, segundo término.

VÍCTOR.— Dentro de dos minutos a punto estará.

ROSARIO.— (Distraída.) ¿Quién?

VÍCTOR.— El horno.

ROSARIO.— (Pónese a labrar las rosquillas, enroscando tiritas de masa.) Rosario, date prisa.

VÍCTOR.— Pareciome, al entrar, que hablaba usted sola.

ROSARIO.— Sí; y decía que es gran simpleza sacrificarlo todo a la verdad, y que el supremo arte de la vida consiste en amoldarnos ciegamente a este cúmulo de ficciones que nos rodea.

VÍCTOR.— No pienso lo mismo, y a toda mentira, cualquiera que sea su valor, le declaro guerra a muerte.

ROSARIO.— ¿Ama usted la verdad?

VÍCTOR.— Sobre todas las cosas.

ROSARIO.— ¿Y sostiene que la verdad debe imperar siempre?

VÍCTOR.— Siempre.

ROSARIO.— ¿Aunque ocasione grandes males?

VÍCTOR.— La verdad no puede ocasionar males.

ROSARIO.— Muy pronto lo ha dicho. Está usted muy puritano.

VÍCTOR.— Y usted muy preguntona.

ROSARIO.— Otra preguntita. Quiero enterarme de todos sus gustos y aficiones: ¿Ama usted el dinero, las riquezas?

VÍCTOR.— (Desconcertado.) Esa pregunta... Hecha así... Pues según y conforme...

ROSARIO.— Usted es enemigo del capital... De modo que le será muy desagradable ver al pícaro capital entrándosele por las puertas. Cogerá usted un palo, y...

VÍCTOR.— Tanto como eso...

ROSARIO.— Vamos, que eso del odio al capital es música, sobre todo cuando el capital es propio... (VÍCTOR quiere hablar. Le impone silencio.) Aguarde y déjeme concretar la cuestión. Usted tiene una riqueza en perspectiva, una posición, un nombre... Si perdiera todo eso, ¿lo sentiría?

VÍCTOR.— Riqueza y pobreza serán igualmente buenas para mí si usted me quiere.

ROSARIO.— ¡Quererle yo! ¿Volvemos al disparate imposible?

VÍCTOR.— Volvamos a él, y dígame usted que es un imposible... posible.

ROSARIO.— (Mirándole fijamente.) ¡Ah! Víctor... Entre usted y yo se alza un fantasma odioso.

VÍCTOR.— (Asombrado.) ¡Un fantasma!...

ROSARIO.— Sí, y para destruírlo, fíjese usted bien en lo que digo, tendría yo que cometer un crimen.

VÍCTOR.— (Estupefacto.) ¡Un crimen!

ROSARIO.— Sí señor, un crimencito... el crimen de Ficóbriga. (Riendo.) ¡Qué cara pone!

VÍCTOR.— De veras no entiendo.

ROSARIO.— ¿Pero usted no sabe una cosa? Que yo soy muy mala; pero muy mala.

VÍCTOR.— Eso no. Es usted un ángel.

ROSARIO.— Un ángel capaz de matar; el ángel del asesinato, como llamaron a Carlota Corday.

VÍCTOR.— (Con creciente asombro.) ¿Usted... usted capaz de matar?

ROSARIO.— Sí.

VÍCTOR.— ¿A quién?

ROSARIO.— A usted.

VÍCTOR.— (Tomándolo a broma.) ¿A mí? Pues bien, de esa mano acepto yo la muerte, siempre que me traiga también el amor.

ROSARIO.— ¿Y no se enojará conmigo... si le mato?

VÍCTOR.— Nunca... Si lo duda, póngame usted a prueba... ¿Qué tengo que hacer yo?

ROSARIO.— (Presentándole una lata con rosquillas.) Por de pronto, llevarme la primera hornadita... (Alarmada al ver venir a DON CÉSAR por la derecha.) ¡Ah! D. César... Disimulo.

Annotate

Next / Sigue leyendo
Escena XII
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org