Escena VIII
ROSARIO, RUFINA, VÍCTOR; después, LORENZA.
VÍCTOR.— (Que sale por la izquierda con una tabla de amasar, un rodillo y varias latas.) ¿Dónde pongo esto?
ROSARIO.— Aquí. ¿Y Lorenza, ha batido las yemas?
VÍCTOR.— En eso está. Las yemas y el azúcar: alegoría de la aristocracia de sangre unida con la del dinero.
ROSARIO.— (Con gracejo.) Cállese usted, populacho envidioso.
VÍCTOR.— ¿Está mal el símil?
ROSARIO.— No está mal. Luego cojo yo las aristocracias, y... (Con movimiento de amasar.) las mezclo, las amalgamo con el pueblo, vulgo harina, que es la gran liga... ¿Qué tal? y hago una pasta... (Expresando cosa muy rica.)
RUFINA.— Pero ese pueblo, alias harina, ¿dónde está?
ROSARIO.— ¿Y la manteca, clase media, como quien dice?
VÍCTOR.— Voy por la masa.
ROSARIO.— Pero no nos traiga acá la masa obrera.
RUFINA.— Ni nos prediques la revolución social.
ROSARIO.— (Empujándole.) Vivo, vivo.
VÍCTOR.— A escape.
(Vase por la izquierda.)
RUFINA.— (Arreglando la tabla de amasar y pasándole un trapo.) ¡Qué bueno es Víctor!
ROSARIO.— ¿Le quieres mucho?
RUFINA.— Sí que le quiero. ¡Qué hermoso es tener un hermano! ¿Verdad...?
ROSARIO.— (La mira fijamente. Suspira con tristeza. Pausa.) Sí.
(Entra LORENZA con una jofaina y toalla, que pone al extremo de la mesa; detrás VÍCTOR con la masa, que forma un bloque sobre una tabla.)
LORENZA.— Ya está todo mezclado.
ROSARIO.— ¿Y bien cargadito de manteca?
LORENZA.— Sí señora. (Pone la masa sobre la tabla y le da golpes con el puño.)
ROSARIO.— (Impaciente.) Yo, yo. (Apartando a LORENZA, golpea la masa.)
LORENZA.— Antes de trabajar con el rodillo... así, así... (Indica el movimiento de ligar con los dedos.)
RUFINA.— Y le das muchas vueltas, y aprietas de firme para que ligue bien.
ROSARIO.— (Hundiendo las manos en la masa.) Si sé, tonta. Vete tú al horno. ¿Está bien caldeado?
LORENZA.— Hay que verlo.
RUFINA.— Vamos.
ROSARIO.— En seguidita te mando masa.
(Vanse RUFINA y LORENZA por la izquierda, segundo término.)