Escena II
VÍCTOR.— ¿Qué mandan las lindas proletarias?
RUFINA.— Que te prepares. Necesitamos de tu co... operación revolucionaria y disolvente.
ROSARIO.— Somos las hordas populares... Pedimos pan y trabajo; y como no nos dan el pan, lo hacemos; pero no para que se lo coman los ricos.
VÍCTOR.— (Riendo.) ¿Van a hacer pan?
ROSARIO.— Rosquillas, hombre, para el pueblo soberano. (Señalándose a sí misma.)
RUFINA.— Y traerás aquí la tabla de amasar, las latas y todos los adminículos.
ROSARIO.— Y luego usted se dignará llevar la tarea a la boca del horno.
VÍCTOR.— Encendido está ya. Parece un corazón enamorado. Conviene esperar a que se temple.
ROSARIO.— Con el frío de la sana razón.
RUFINA.— Vuélvete a la huerta. No diga papá que te entretenemos.
VÍCTOR.— (Contemplando estático a ROSARIO.) (¡Divina, sobrenatural mujer...! ¡Miserable de mí!). ¿Me llamarán luego? ¿Es de veras que me llamarán?
ROSARIO.— Sí, hombre, sí.
VÍCTOR.— Pues abur.
(Vase por el fondo.)
RUFINA.— ¡Qué guapo y qué simpático!
ROSARIO.— Sí que lo es. Corazón grande, alma de niño.
LORENZA.— (Que ha entrado y salido repetidas veces en la escena, llevando los trastos de planchar.) Señoritas, no olvidarme las gallinas. Es hora de darles de comer.
ROSARIO.— Sí, vamos.
(Al ir hacia el fondo son detenidas por DON JOSÉ y EL MARQUÉS, que entran. Vase LORENZA por la izquierda.)