Escena II
Dichos; EL MARQUÉS DE ALFAFÁN DE LOS GODOS en traje de montar, elegante sin afectación, a la moda inglesa.
EL MARQUÉS.— Felices...
DON JOSÉ.— Señor Marqués, ¡cuánto le agradezco!...
DON CÉSAR.— (Contrariado.) (¡A qué vendrá este farsante!).
EL MARQUÉS.— Pues señor, me vengo pian pianino, a caballo, desde las Caldas a Ficóbriga, y al pasar por la villa en dirección a la playa de baños, advierto como un jubileo de visitantes en la puerta de esta mansión feliz. Pregunto: dícenme que hoy es el cumpleaños del patriarca, y quiero unir mi felicitación a la de todo el pueblo.
DON JOSÉ.— (Estrechándole las manos.) Gracias.
EL MARQUÉS.— ¿Con que ochenta?
DON JOSÉ.— Y ocho; no perdono el pico.
EL MARQUÉS.— No tendremos nosotros cuerda para tanto. (A DON CÉSAR.) Sobre todo, usted.
DON CÉSAR.— Ni usted.
EL MARQUÉS.— Gozo de buena salud.
DON CÉSAR.— ¿Qué haría yo para poder decir lo mismo? ¿Montar a caballo?
EL MARQUÉS.— No: tener menos dinero... (En voz baja.) y menos vicios.
DON CÉSAR.— (Aparte al MARQUÉS.) (Graciosillo viene el prócer).
EL MARQUÉS.— No es gracia. Es filosofía.
CABALLERO 1.º.— Señor Marqués, ¿mucha animación en las Caldas?
EL MARQUÉS.— Tal cual.
DON JOSÉ.— ¿Y no tomará usted baños de mar?
EL MARQUÉS.— ¡Oh, sí!... ¡Mi Océano de mi alma! Dentro de un par de semanas, me instalaré en el establecimiento.
CABALLERO 2.º.— ¿Ha venido usted en Ivanhoe?
EL MARQUÉS.— No, señor; en Desdémona.
SEÑORA 3.ª.— (Con extrañeza.) ¿Qué es eso?
DON CÉSAR.— Es una yegua.
SEÑORA 3.ª.— Ya.
DON JOSÉ.— (Con interés.) Dígame: ¿Salió usted de las Caldas a eso de las diez?
EL MARQUÉS.— Ya sé porqué me lo pregunta.
DON JOSÉ.— ¿Llegó la Duquesa?
EL MARQUÉS.— ¿Rosario? Sí señor. Díjome que vendrá luego, en el mismo coche que la trajo de la estación.
DON JOSÉ.— ¿Y está buena?
EL MARQUÉS.— Tan famosa y tan guapa. Parece que no pasan catástrofes por ella. Me encargó que le dijese a usted... Ya no me acuerdo.
DON JOSÉ.— Ella me lo dirá... ¿No toma usted una copita?
EL MARQUÉS.— Sí señor, vaya. (Le sirve RUFINA.)
DON JOSÉ.— Y pruebe las rosquillas, que dan celebridad a nuestra humilde Ficóbriga.
EL MARQUÉS.— Son riquísimas. Me gustan extraordinariamente.
RUFINA.— Hechas en casa.
EL MARQUÉS.— ¡Ah...!
CANSECO.— (Tomando otra rosquilla.) Y mucho más sabrosas que todo lo que se vende por ahí.
(Las SEÑORAS y CABALLEROS se despiden para marcharse. RUFINA y DON CÉSAR les atienden.)
DON JOSÉ.— ¿Se van ya?
SEÑORA 1.ª.— Mil felicidades otra vez.
CABALLERO 1.º.— Repito...
SEÑORA 2.ª.— Mi querido D. José... Marqués...
(EL MARQUÉS les hace una gran reverencia.)
DON JOSÉ.— Saldremos a despedirlos. (Al MARQUÉS.) Dispénseme...
SEÑORA 3.ª.— No se moleste...
(Salen todos, menos CANSECO y EL MARQUÉS. Este come otra rosquilla.)