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La de San Quintín: Escena VIII

La de San Quintín
Escena VIII
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. PERSONAJES y ACTORES
  4. ACTO I
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
  5. ACTO II
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
    8. Escena VIII
    9. Escena IX
    10. Escena X
    11. Escena XI
    12. Escena XII
    13. Escena XIII
    14. Escena XIV
    15. Escena XV
    16. Escena XVI
    17. Escena XVII
    18. Escena XVIII
    19. Escena XIX
  6. ACTO III
    1. Escena I
    2. Escena II
    3. Escena III
    4. Escena IV
    5. Escena V
    6. Escena VI
    7. Escena VII
  7. Autor
  8. Otros textos
  9. CoverPage

Escena VIII

Dichos; RUFINA, poco después VÍCTOR.

RUFINA.— (Presurosa y alegre, por el comedor.) Abuelito, papá, el capitán, piloto y marineros de la Joven Rufina. Vengan, vengan a ver el barco de dulce.

DON JOSÉ.— Voy. Que pasen al comedor.

RUFINA.— ¿Les damos Jerez?

DON JOSÉ.— No; ron de Jamaica, del que levanta ampolla. Voy allá. ¿Vienes tú?

(Vase con RUFINA por el fondo.)

DON CÉSAR.— Yo no. (Preocupado.) Esta aparición de la Duquesita me da mala espina. ¡A pedir consejo!...¿Para qué?... ¿Querrá casarse? Infeliz mujer, ¡qué mal se avienen orgullo y pobreza! (Viendo aparecer a VÍCTOR, que entra por la derecha, segundo término.) ¡Ah! Víctor... (Con severidad.) ¿Qué buscas aquí?

VÍCTOR.— (En traje de obrero, con blusa; trae varias herramientas.) Me dijo usted que viniera a las once para encargarme... no sé qué.

DON CÉSAR.— ¡Ah! sí, ya no me acordaba... Ante todo, ¿reconociste la fragata?

VÍCTOR.— Sí señor: ayer.

DON CÉSAR.— ¿Podrá hacer un viaje, uno solo?

VÍCTOR.— Difícilmente. La cuaderna mayor está quebrantada; casi todos los baos deben poner se nuevos. El codaste y la roda no ofrecen seguridad, y el palo mayor está astillado por la fogonadura.

DON CÉSAR.— ¿De modo que será peligroso...? Pero un viaje, un solo viaje, en estos meses de bonanza, bien podrá.

VÍCTOR.— Si no vuelve antes del equinoccio de Octubre, podría quedarse en el camino.

DON CÉSAR.— Pues nada, la mandaremos con mineral a Inglaterra. Retorno de carbón, y después, hacha en ella.

VÍCTOR.— Como usted quiera.

DON CÉSAR.— ¿Está listo el laminador, que se descompuso la semana pasada?

VÍCTOR.— Listo, y marcha perfectamente.

DON CÉSAR.— Bien. Ahora, trae el metro, el martillo, el cortafríos...

VÍCTOR.— (Mostrándolos.) Los traigo.

DON CÉSAR.— (Llevándole hacia la puerta de la derecha.) Ya te dije que proyecto levantar un piso sobre estas habitaciones. Mide con toda exactitud las tres piezas, y hazme el plano de ellas. Examina el grueso de las paredes, descubre las vigas de carga de los tabiques para reconocerlas... Y todo eso pronto, hoy mismo.

VÍCTOR.— Está bien.

(Vase por la derecha, segundo término. DON JOSÉ y RUFINA, que vuelven del comedor, le ven salir.)

RUFINA.— Pero qué, papá, ¿en día como este no hay descanso para el pobre Víctor?

DON JOSÉ—. Ya descansará, hija.

DON CÉSAR.— Lo que hace hoy no es trabajo para él.

DON JOSÉ.— La ociosidad es su mayor enemigo.

RUFINA.— ¡Qué tiranía!... Todos contra él. (Con resolución.) Pues sepan que estoy aquí para defenderle.

DON CÉSAR.— ¿Tú?... Me parece muy bien...

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