Skip to main content

Gloria: IX. Recepción, discurso, presentación.

Gloria
IX. Recepción, discurso, presentación.
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. PRIMERA PARTE
    1. I. Arriba el telón.
    2. II. Gloria y su papá.
    3. III. Gloria no espera un novio, sino un obispo.
    4. IV. El Sr. de Lantigua.—Sus ideas.
    5. V. Cómo educó á su hija.
    6. VI. Cómo se explicaba la niña.
    7. VII. Los amores de Gloria.
    8. VIII. Un pretendiente.
    9. IX. Recepción, discurso, presentación.
    10. X. D. Angel de Lantigua, obispo de ***.
    11. XI. Un asunto grave.
    12. XII. El otro.
    13. XIII. Llueve.
    14. XIV. El otro está cerca.
    15. XV. Va á llegar.
    16. XVI. Ya llegó.
    17. XVII. El vapor «Plantagenet.»
    18. XVIII. El cura de Ficóbriga.
    19. XIX. El náufrago.
    20. XX. El santo proyecto de Su Ilustrísima.
    21. XXI. Sepulcro blanqueado.
    22. XXII. La respuesta de Gloria.
    23. XXIII. Dos opiniones sobre el país más religioso del mundo.
    24. XXIV. Una obra de caridad.
    25. XXV. Otra.
    26. XXVI. El ángel rebelde.
    27. XXVII. Se va.
    28. XXVIII. Vuelve.
    29. XXIX. Se fué.
    30. XXX. Pecadora y hereje.
    31. XXXI. Pausa. El conflicto parece resolverse y tan sólo se aplaza.
    32. XXXII. Los cazadores de votos.
    33. XXXIII. Agape.
    34. XXXIV. En el puente de Judas.
    35. XXXV. Los juicios de Dios, abismo grande.
    36. XXXVI. ¡Qué horrible tiempo!
    37. XXXVII. Al fin se supo.
    38. XXXVIII. Job.
    39. XXXIX. El rayo.
  4. SEGUNDA PARTE
    1. I. Serafinita y D. Buenaventura de Lantigua.
    2. II. Lo que dijeron.
    3. III. Cosas que se ignoran y otras que se saben y deben decirse.
    4. IV. Las amigas del Salvador.
    5. V. Realismo.
    6. VI. Domingo de Ramos.
    7. VII. Tía y sobrina.
    8. VIII. El Salvador en la calle.
    9. IX. El Maldito.
    10. X. Hospitalidad á medias.
    11. XI. Dieciocho siglos de antipatía.
    12. XII. La fórmula de D. Buenaventura.
    13. XIII. El secreto.
    14. XIV. Casa.
    15. XV. ¿A dónde va? ¿A dónde ha ido?
    16. XVI. Prisionera.
    17. XVII. Declaración.
    18. XVIII. Pasión, sacrificio, muerte.
    19. XIX. Espinas, clavos, azotes, cruz.
    20. XX. ¿Qué haré?
    21. XXI. Jueves Santo.
    22. XXII. Esperanza de salvación.
    23. XXIII. Los viajeros.
    24. XXIV. Las leñadoras de Ficóbriga.
    25. XXV. Todo marcha á pedir de boca.
    26. XXVI. Madama Esther.
    27. XXVII. La madre y el hijo.
    28. XXVIII. Delirio. Fanatismo.
    29. XXIX. El catecúmeno.
    30. XXX. La visión del hombre sobre las aguas.
    31. XXXI. Mater amabilis.
    32. XXXII. Pascua de Resurrección.
    33. XXXIII. Todo acabó.
  5. Autor
  6. Otros textos
  7. CoverPage

IX. Recepción, discurso, presentación.

El joven entró en la casa. Estaban allí además de los dos hermanos Lantigua, el doctor López Sedeño, secretario de Su Ilustrísima, el paje del mismo, D. Juan Amarillo, el cura y el alcalde de Ficóbriga, los tres indianos y D. Bartolomé Barrabás, que á pesar de la firmeza de sus ideas republicanas, no vacilaba en tributar respetuoso homenaje á la principal gloria de Ficóbriga, aunque tal gloria estuviese representada en un príncipe de la Iglesia.

El cura de Ficóbriga, D. Silvestre Romero, que era un hombre proceroso, fornido, de fisonomía dura y sensual como la de un emperador romano, pero muy simpático y francote, dió comienzo, no sin turbación, á un discurso que preparado llevaba, y del cual la historia, muy negligente en esto, apenas conserva algunos párrafos.

—Todos los habitantes de esta humilde villa—dijo,—sienten la más viva alegría al ver á Usía Ilustrísima en el seno de esta humilde villa, y esperan que la presencia de Usía Ilustrísima en esta humilde y honrada villa sea anuncio felicísimo de paz, origen de concordia, y señal de bienes sin cuento...

Y más adelante, cuando se serenó un poco, y pudo con desembarazo echar fuera los pensamientos que traía almacenados en su mente, agregó esto:

—¡Benditos nosotros que vivimos ausentes de los escándalos que pasan allá donde la corrupción y la irregularidad tienen su asiento! Lo que llega á nuestros oídos nos hace estremecer. El Sr. D. Juan profetizó en aquel su célebre discurso los fuegos de Nínive, y los fuegos de Nínive que ya cayeron sobre Francia, caerán también sobre la católica España y la abrasarán y podrá decirse de ella: «Pereció su memoria con el sonido» periit memoria ejus cum sonitu.

Y después:

—Antes se había entibiado la religiosidad; pero ahora se ha perdido por completo en la mayor parte de las personas, y las que aún saben dirigir sus almas al cielo, se ven perseguidas, amenazadas por la caterva brutal de filósofos y revolucionarios. Los hombres que gobiernan al país predican públicamente el ateísmo, se burlan de los Santos Misterios, insultan á la Virgen María, denigran á Jesucristo, llaman bobos á los Santos, y mandan demoler las Iglesias y profanar los altares. Los ministros del Señor hállanse hoy en la condición más precaria: se les trata peor que á los ladrones y asesinos: el culto sin decoro ni magnificencia, á causa de la general pobreza de la Iglesia, entristece el ánimo. Los hombres no piensan más que en reunir dinero, en reñir los unos con los otros y en disputarse el gobierno de las naciones, que al dejar de ser guiadas por la política cristiana y único gobierno posible, que es el de Cristo, marchan con paso ligero á su disolución y total ruína.

Don Silvestre no quitaba los ojos, mientras hablaba, de D. Juan de Lantigua, como preguntándole: «¿Qué tal lo hago?» Pero el insigne jurisconsulto fué la única persona que no se mostró entusiasmada con el discurso del cura, sin duda por no creerlo ni nuevo ni oportuno; que todas las ocasiones no son propias para decir verdades. El doctor Sedeño, que era un poco enfático, dijo también algo coruscante sobre la ruindad de los tiempos; pero á pesar de su mérito no ha llegado el texto á nuestras manos.

—Malos son los tiempos—dijo Su Ilustrísima, dirigiéndose principalmente al cura y á Barrabás, que muy azorado no decía palabra;—pero Dios no abandonará á los suyos en medio de la tempestad que se acerca, ni faltará un arca para los que viven en él. Oremos sinceramente, señores; la oración es antídoto celeste contra la epidemia del pecado que por todas partes nos rodea; oremos por nosotros, y por los que cierran sus oídos á la voz de Dios y sus ojos á la luz de la verdad. Fervor y piedad constantes en los que creen pueden atraer sobre la tierra especiales favores del cielo. Te, domine, custodies nos a generatione hac in æternum. «Tú, Señor, nos salvarás y nos guardarás de esta generación para siempre.»

Al llegar aquí, el prelado fijó sus ojos con expresión de gran benevolencia en el joven seglar que había traído consigo y presentándole á sus amigos, habló así:

—Aquí está nuestro heróico joven, nuestro valiente soldado. Señores y amigos míos, saluden ustedes al benemérito campeón de los buenos principios, de las creencias religiosas, de la Iglesia católica, y al perseguidor del filosofismo, del ateísmo, de las irreverencias revolucionarias. ¡Gloria á la juventud creyente, fervorosa, llena de fe y de amor al catolicismo!

Don Rafael del Horro, inclinándose con modestia, balbució algunas palabras en protesta de aquellos elogios.

—Cuando la juventud—añadió el prelado,—se entrega á los vicios de la inteligencia y se corrompe con perniciosas lecturas, este joven aspira al honroso nombre de soldado de Cristo. La Iglesia pelea allí donde la provocan al combate. ¡Ah, señores! No es vana cortesanía lo que sale de mis labios, sino admiración por su valiente espíritu, por su animosa decisión en pro de la combatida Iglesia, por la constancia con que persigue, acosa y anonada la pícara fracmasonería y el materialismo, por su elocuencia y su enérgico estilo literario, prendas todas que han sido armas poderosas de la causa de Dios en el período que acaba de pasar...

—¡Ah!—exclamó D. Juan Amarillo, haciendo un saludo pomposo,—ya sabemos que el señor es un gran orador y un gran periodista.

Don Silvestre Romero abrazó con efusión á Rafael del Horro. Eran antiguos amigotes, y en cierta ocasión, como el joven orador y publicista necesitase un buen corresponsal en Ficóbriga, brindóse á desempeñar este cargo el cura, enviando unas cartas muy saladas que no dejaban nada que desear.

Mientras duraron las felicitaciones, don Bartolomé Barrabás, que era el demagogo de la localidad, no se atrevió á decir una palabra en pro de sus perversas doctrinas, y aunque el cura y Amarillo dejaron caer alguna punzante cuchufleta sobre la persona del filósofo de aldea, este no creyó prudente empuñar las bien afiladas armas de su dialéctica en aquella ocasión. El respeto á D. Angel ponía una mordaza en sus labios. Y tan bien pagó el noble prelado esta prudencia, que como D. Silvestre aludiera claramente al demagogo, diciendo que también Ficóbriga estaba tocada de pestilencia, habló de esta manera:

—No me toquen á D. Bartolomé, que espero convertirle, puesto que su corazón es bueno, y estos desvaríos no perderán su alma, si llegamos á tiempo.

Barrabás se inclinó dando las gracias. Por decir algo, dijo:

—Y según la prensa, el Sr. D. Rafael del Horro viene á trabajar en las elecciones.

—Viene á trabajar y á triunfar—repuso con desenfado el cura,—no pasará como la otra vez, cuando por nuestra negligencia y descuido se nos pusieron éstos encima.

Y luégo, amenazando á Barrabás con la derecha mano, añadió:

—Ahora se dirá: Exurgat Deus et dissipentur inimici ejus, et fugiant... Sicut fluit cera á facie ignis, sic periant pecatores á facie Dei. «Levántese Dios y sean dispersos sus enemigos, y huyan... Como se derrite la cera delante del fuego, así perezcan los pecadores delante de Dios.»

Repitiendo el gesto de amenaza, D. Bartolomé dijo riendo:

—Iremos á votar.

El demagogo no estaba en la lista de los convidados de aquel día; pero D. Angel le rogó que se quedase, lo que en extremo agradeció Barrabás. Al mismo tiempo D. Juan de Lantigua gritaba desde la puerta:

—Gloria, Gloria, hija mía; ¿pero no se come hoy en esta casa?

Annotate

Next / Sigue leyendo
X. D. Angel de Lantigua, obispo de ***.
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org