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Aves Sin Nido: Capítulo XI

Aves Sin Nido
Capítulo XI
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Proemio
  4. Primera parte
    1. Capítulo I
    2. Capítulo II
    3. Capítulo III
    4. Capítulo IV
    5. Capítulo V
    6. Capítulo VI
    7. Capítulo VII
    8. Capítulo VIII
    9. Capítulo IX
    10. Capítulo X
    11. Capítulo XI
    12. Capítulo XII
    13. Capítulo XIII
    14. Capítulo XIV
    15. Capítulo XV
    16. Capítulo XVI
    17. Capítulo XVII
    18. Capítulo XVIII
    19. Capítulo XIX
    20. Capítulo XX
    21. Capítulo XXI
    22. Capítulo XXII
    23. Capítulo XXIII
    24. Capítulo XXIV
    25. Capítulo XXV
    26. Capítulo XXVI
  5. Segunda parte
    1. Capítulo I
    2. Capítulo II
    3. Capítulo III
    4. Capítulo IV
    5. Capítulo V
    6. Capítulo VI
    7. Capítulo VII
    8. Capítulo VIII
    9. Capítulo IX
    10. Capítulo X
    11. Capítulo XI
    12. Capítulo XII
    13. Capítulo XIII
    14. Capítulo XIV
    15. Capítulo XV
    16. Capítulo XVI
    17. Capítulo XVII
    18. Capítulo XVIII
    19. Capítulo XIX
    20. Capítulo XX
    21. Capítulo XXI
    22. Capítulo XXII
    23. Capítulo XXIII
    24. Capítulo XXIV
    25. Capítulo XXV
    26. Capítulo XXVI
    27. Capítulo XXVII
    28. Capítulo XXVIII
    29. Capítulo XXIX
    30. Capítulo XXX
    31. Capítulo XXXI
    32. Capítulo XXXII
  6. Autor
  7. Otros textos
  8. CoverPage

Capítulo XI

Doña Petronila Hinojosa, casada, según el ritual romano, con don Sebastián Pancorbo, tocaba en los umbrales de los cuarenta años, edad en que había adquirido la propiedad de un cuerpo robusto y bien compartido, grueso, sin llegar a los límites de la obesidad.

Su fisonomía revelaba, al primer examen, un alma bonachona que, en el curso de la vida y en un centro mejor que aquel en que le cupo la suerte de nacer, podía despuntar de noble y en aspiraciones elevadas.

Su vestido es de lo más distinguido que se gasta en Kíllac y sus comarcas.

Lleva los dedos cuajados de sortijas de poco valor; de sus orejas penden enormes chupetes de oro con círculo de diamantes finos: su pollerón de merino café claro luce cinco filas de volantitos menudamente encarrujados; y su mantón de cachemira a grandes cuadros grana y negro, con fleco largo rizado, va sujeto a la derecha con un prendedor de plata en forma de águila.

Con este conjunto, doña Petronila es el tipo de la serrana de provincia, con su corazón tan bueno como generoso, pues que obsequia a todo el mundo, y derrama lágrimas por todo el que se muere, conózcalo o no. Tipo desconocido en las costas peruanas, donde la elegancia en el vestir y el refinamiento de las costumbres no permiten dar una idea cabal de esta clase de mujeres, que poseen corazón de oro y alma de ángel dentro de un busto de barro mal modelado.

Doña Petronila, con educación esmerada, habría sido una notabilidad social, pues era una joya valiosa perdida en los peñascales de Kíllac.

Si la mujer, por regla general, es un diamante en bruto, y al hombre y a la educación les toca convertirlo en brillante, dándole los quilates a satisfacción, también a la Naturaleza le está confiada mucha parte de la explotación de los mejores sentimientos de la mujer cuando llega a ser madre. Doña Petronila lo era de un joven que revelaba inteligencia notable, y que debía ser el heredero de las virtudes de su madre; pues, sea por gracia de predestinación, sea por haber ganado la batalla su ángel bueno en la lucha con el mal, se libró de ser contaminado en la corriente de depravación opresiva que existe en los pueblos chicos, llamados, con fundada razón y justicia, infiernos grandes.

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