Skip to main content

Aves Sin Nido: Capítulo X

Aves Sin Nido
Capítulo X
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeClorinda Matto de Turner
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Proemio
  4. Primera parte
    1. Capítulo I
    2. Capítulo II
    3. Capítulo III
    4. Capítulo IV
    5. Capítulo V
    6. Capítulo VI
    7. Capítulo VII
    8. Capítulo VIII
    9. Capítulo IX
    10. Capítulo X
    11. Capítulo XI
    12. Capítulo XII
    13. Capítulo XIII
    14. Capítulo XIV
    15. Capítulo XV
    16. Capítulo XVI
    17. Capítulo XVII
    18. Capítulo XVIII
    19. Capítulo XIX
    20. Capítulo XX
    21. Capítulo XXI
    22. Capítulo XXII
    23. Capítulo XXIII
    24. Capítulo XXIV
    25. Capítulo XXV
    26. Capítulo XXVI
  5. Segunda parte
    1. Capítulo I
    2. Capítulo II
    3. Capítulo III
    4. Capítulo IV
    5. Capítulo V
    6. Capítulo VI
    7. Capítulo VII
    8. Capítulo VIII
    9. Capítulo IX
    10. Capítulo X
    11. Capítulo XI
    12. Capítulo XII
    13. Capítulo XIII
    14. Capítulo XIV
    15. Capítulo XV
    16. Capítulo XVI
    17. Capítulo XVII
    18. Capítulo XVIII
    19. Capítulo XIX
    20. Capítulo XX
    21. Capítulo XXI
    22. Capítulo XXII
    23. Capítulo XXIII
    24. Capítulo XXIV
    25. Capítulo XXV
    26. Capítulo XXVI
    27. Capítulo XXVII
    28. Capítulo XXVIII
    29. Capítulo XXIX
    30. Capítulo XXX
    31. Capítulo XXXI
    32. Capítulo XXXII
  6. Autor
  7. Otros textos
  8. CoverPage

Capítulo X

Una vez encerrado en la cárcel el campanero Isidro Champi, las puertas no volvieron a abrirse para restituirle la libertad.

Sepamos lo que pasó con su mujer la tarde en que se dirigió a casa de su compadre Escobedo, en demanda de apoyo y consejos.

—¿Conque está preso mi compadre? —dijo Escobedo después de cruzados los saludos y comunicada la noticia por la india.

—Sí, compadrey, wiracocha. ¿Y qué hacemos, pues? Socórrenos tú —repuso la mujer compungida.

A lo que Escobedo respondió, dándole una suave palmada en el hombro:

—¡Ajá! Pero a pedir favor no se viene así… con las manos limpias… y tú, que tienes tantos ganados, ¿eh?… ¿Comadritay?…

—Razón tienes, wiracocha compadre, pero salí de mi casa como venteada por los brujos, y mañana, más tarde… no seré mal agradecida, como la tierra sin agua.

—Bueno, bueno, comadritay, eso ya es otra cosa; mas para ir a hablar con el juez y el gobernador, debes decirme qué les ofrecemos…

—¿Les llevaré una gallina?

—¡Qué tonta! ¿Qué estás hablando? ¿Tú crees que por una gallina habían de despachar tanto papel? Mi compadre ya está en los expedientes por esas bullas donde murieron Yupanqui y los otros —dijo con malicia Escobedo.

—¡Jesús, compadritoy! ¿Qué es lo que dices? —preguntó ella estrujándose las manos.

—Claro, eso es cierto, pero habiendo empeños, lo sacaremos. Dime, ¿cuántas vacas tienes? Con unas cuatro creo que…

—¿Con cuatro vacas saldrá libre mi Isidro? —preguntó toda confundida la mujer.

—¿Cómo no, comadritay? Una daremos al gobernador, otra al juez, otra al subprefecto, y la última quedaría, pues, para tu compadre —distribuyó Escobedo paseando de un extremo a otro de su habitación, mientras la india, sumida en una noche de dudas y desolación, repasaba en su mente uno a uno los ganados, determinándolos por sus colores, edad y señales particulares, confundiendo a veces los nombres de sus hijos con los de sus queridas terneras.

—¡Caray, cómo piensas, roñona! Parece que tú no quieres a tu marido —interrumpiola Escobedo.

—¡Dios me libre de no quererlo, compadritoy, a mi Isidro con quien hemos crecido casi juntos, con quien hemos pasado tantos trabajos…! ¡Ay…! Pero…

—Bueno, dejémonos de eso, yo tengo mucho que hacer —dijo Escobedo precisando el desenlace.

—Perdóname, pues, mis majaderías, wiracocha compadritoy, y… digo que sí, daremos las cuatro vacas, pero… serán vaquillas, ¿eh? Yo me iré a separar las dos castañitas, una negra y la otra afrijolada, ¿pero tú lo sacas bien a mi Isidro? Ahora…

—Ahora sí, ¿cómo no? Lueguecito me pongo a las diligencias, y mañana, pasado, dentro de tres días, todo arreglado; mira que tengo que hablar primero con ese don Fernando Marín, que es el que sigue el pleito.

Al oír el nombre de Marín un rayo de luz cruzó por las tinieblas de la mente de la mujer del campanero, y se dijo:

—¿Por qué no he acudido a él primero? Tal vez mañana cuando cante el gallo no será tarde. —Y salió diciendo a Escobedo— wiracocha compadritoy, anda, pues, sin cachaza, yo tengo que llevar los abrigos para Isidro y le contaré que tú vas a salvarnos, adiós.

—Ratón, caíste en la ratonera —díjose riendo Escobedo, y en seguida se preparó para ir en busca de Estéfano Benites, para comunicarle el negocio que había arreglado, de que partirían por mitad, dejando las cuatro vaquillas exentas del embargo decretado, pues aparecerían como propiedad de Escobedo o de Benites.

Annotate

Next / sigue leyendo
Capítulo XI
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org