Unas palabras
Jamás fue de mi agrado detener al lector con observaciones ni prólogos, innecesarios la mayor parte de las veces, antes de penetrar en las páginas de un libro; sin embargo, hoy creo precisa una breve aclaración. Adoro la Novela, diosa de la literatura, y dentro de sus diversos géneros tiene mi preferencia la sana novela naturalista; esto me obliga a defenderme de la acusación de falsedad que pudieran arrojar sobre mi libro las personas desconocedoras de la región levantina que en él describo, y ya me parece que oigo exclamar a más de uno: «¿Pero qué Andalucía nos pinta aquí Colombine?».
Yo puedo asegurarles, con la fe de una pluma incapaz de mentir, que nada hay en él de falso o exagerado. Lo he escrito para satisfacer una necesidad de mi espíritu: la de exteriorizar una impresión recibida en la infancia. Segura de que mi obra no llegará a manos de aquella sencilla gente, casi todas las personas llevan sus verdaderos nombres, y en la descripción del paisaje no alteré el de los sitios que sirven de escenario al drama. Hechos ciertos son el naufragio del vapor Valencia y cuantos forman la trama urdida por mi mano: No he tenido que modificar el lenguaje de los moradores del valle, para darle una entonación andaluza que allí no se usa y que será siempre escollo de novelistas.
El habla andaluza no puede representarse gráficamente. Nosotros no decimos Jesú ni Jesús; hay una elisión de la ese que se percibe claramente sin pronunciarla, y esto mismo ocurre con las letras que nos comemos. Sucede como con la u francesa: es preciso oírla de viva voz.
La cadencia del lenguaje castellano en boca andaluza no puede reproducirse en la escritura; las terminaciones y las silabas se alargan, se suavizan, se tienden como una onda musical en nuestros labios. El andaluz parece que acaricia el idioma.
Tanto me molesta el andaluz escrito, que de haber tenido que escribir en él los diálogos, hubiera renunciado a la novela. En mi querido valle de Rodalquilar, la bella tierra mora enclavada al límite de Europa, donde se meció mi cuna, se vive esa vida primitiva y hermosa que pretendo presentar a los lectores. Allí, con su rudeza salvaje, se moldeó mi espíritu en el ansia bravía de los afectos nobles, en los ideales de Justicia y Humanidad que trajeron a mi existencia la amargura de las tristezas y el dolor ajeno; allí cuajó en mi alma la llama de su sol en olas de arte y rebeldía. Por eso para aquel pedacito de tierra africana es mi primera novela. No quiero que se la crea producto de mi fantasía; si en ella hubiera alguna belleza, será debida a su influjo. Se acumuló en mi espíritu durante aquellos tranquilos años de inocencia pasados en Rodalquilar, cuando en la ignorancia completa de la vida, sumergía la mirada en el azul de las aguas y de los cielos, interrogando al más allá con la cándida fe de una soñadora inconsciente: ¿verdad que en el mundo todo debe reinar el bien? ¿Por qué existe, el dolor y azota el mar con montañas de olas las arenas de la playa?
COLOMBINE.