Skip to main content

La Familia de León Roch: IV. Despedida.

La Familia de León Roch
IV. Despedida.
  • Show the following:

    Annotations
    Resources
  • Adjust appearance:

    Font
    Font style
    Color Scheme
    Light
    Dark
    Annotation contrast
    Low
    High
    Margins
  • Search within:
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. PRIMERA PARTE
    1. I. De la misma al mismo.
    2. II. Herpetismo.
    3. III. Donde el lector verá con gusto los panegíricos que los españoles hacen de sus compatriotas y de su país.
    4. IV. Siguen los panegíricos dando á conocer en cierto modo el carácter nacional.
    5. V. Donde pasa algo que bien pudiera ser una nueva manifestación del carácter nacional.
    6. VI. Pepa.
    7. VII. Dos hombres con sus respectivos planes.
    8. VIII. María Egipciaca.
    9. IX. La Marquesa de Tellería.
    10. X. El Marqués.
    11. XI. Leopoldo.
    12. XII. Gustavo.
    13. XIII. El último retrato.
    14. XIV. Marido y mujer.
    15. XV. Un convenio como los que la diplomacia llama «modus vivendi.»
    16. XVI. De Crematística.
    17. XVII. La desbandada.
    18. XVIII. El asceta.
    19. XIX. La Marquesa se va á la música.
    20. XX. Un drama viejo, viejísimo.
    21. XXI. Batiéndose con el ángel.
    22. XXII. Vencido por el ángel.
  4. SEGUNDA PARTE
    1. I. Si el tiempo lo permite.
    2. II. Memorias.—Tristezas.
    3. III. María Egipciaca se viste de pardo y no se lava las manos.
    4. IV. El mayor monstruo, el crup.
    5. V. La madre.
    6. VI. El Marqués de Fúcar recibe nuevos favores del Cielo.
    7. VII. Erunt duo in carne una.
    8. VIII. En que se ve pintada al vivo la invasión de los bárbaros.. Resucitan Alarico, Atila, Omar.
    9. IX. La crisis.
  5. SEGUNDA PARTE. (CONTINUACIÓN)
    1. X. Razón frente á pasión.
    2. XI. Esperar.
    3. XII. Donde se trata de la hidalguía castellana, de las leyes morales, de todo lo que hay de más venerando, y de otras cosillas.
    4. XIII. Una figura que parece de Zurbarán y no es sino de Goya.
    5. XIV. La revolución.
    6. XV. ¿Cortesana?
    7. XVI. El deshielo.
  6. TERCERA PARTE
    1. I. Vuelve en sí.
    2. II. ¿Se morirá?
    3. III. León Roch hace una visita que le parece mentira.
    4. IV. Despedida.
    5. V. A almorzar.
    6. VI. El clérigo miente y el gallo canta.
    7. VII. Fuegos parabólicos.
    8. VIII. Sorbete, jamón, cigarros, pajarete.
    9. IX. También yo despeino.
    10. X. Latet anguis.
    11. XI. Excesos del apostolado.
    12. XII. La verdad.
    13. XIII. La batalla.
    14. XIV. Vulnerant omnes, ultima necat.
    15. XV. La sala Increíble.
    16. XVI. Los imposibles.
    17. XVII. Visitas de duelo.
    18. XVIII. El cónyuge inocente.
    19. XIX. Tres por dos.
    20. XX. Final.
    21. XXI. Del Marqués de Fúcar al Marqués de Onésimo.
  7. Autor
  8. Otros textos
  9. CoverPage

IV. Despedida.

Ya había concluído la misa de rogativa; ya había entrado Paoletti en la estancia donde moraba entre sombras de fiebre y duda su bendita amiga espiritual, cuando León, pasando apresurado de sala en sala, buscaba á la hija del Marqués de Fúcar. Al fin la halló en la habitación de Ramona. Deseaba decirle una cosa muy importante. Creeríase que Pepa barruntaba la enunciación de la importante cosa, porque estaba en pie con la anhelante mirada fija en la puerta, atendiendo á los pasos del que se acercaba, y así que le vió entrar retiróse á un ángulo de la pieza, indicando á su amigo con el lenguaje singular de cuatro ó cinco pasos (pues también los pasos hablan), que allí estarían mejor que en ninguna otra parte. Monina corrió al encuentro de León y se abrazó á sus piernas, echando la cabeza hacia atrás. El la tomó en brazos, y al verse arriba la nena, se empeñó en hacerle admirar la perfección artística de un cacharrillo de barro con asa y pico, obsequio reciente del cura de Polvoranca, y luego se entretuvo en la difícil operación de colgárselo de una oreja.

«Estate quieta, Mona; no seas pesada—dijo Pepa.—Ya, ya me figuro á qué has venido y lo que vas á decirme... Hija, estate quieta... Ven aquí.»

Arrancó á la chiquilla de los brazos de León para tomarla en los suyos.

«No necesitas decirme nada... Lo comprendo, lo adivino—prosiguió.—Debo marcharme de aquí. Ya estaba decidida aunque tuviera que irme sin verte.

—Agradezco tu delicadeza—dijo León.—Márchate á tu casa de Madrid, y por ahora... no te acuerdes de que existo.

—Eso no será fácil... Hija, por Dios, no me sofoques—dijo Pepa, en cuya oreja continuaba la criatura su penoso trabajo.—Ponte en el suelo... Me marcharé sin preguntarte siquiera cuándo nos volveremos á ver. Tengo miedo de hacer la pregunta, y respeto tu vacilación en contestarme.»

León bajó los ojos en silencio. No conocía palabra tierna, ni frase amistosa, ni concepto de esperanza que al pasar de su mente á sus labios no llevase en sí un sentido criminal. Callar parecióle más decoroso aún que la misma protesta contra toda intención de escándalo. Ambos se quedaron mudos por largo rato, sin osar mirarse, temeroso cada cual de la fisonomía del otro, como si fuese claro espejo de su propio pensamiento.

«No me preguntes nada, no me digas nada—manifestó al cabo León.—Llena tu corazón de generosidad y vacíalo de esperanza.»

Pepa quiso hablar algo; pero tanto temblaba su voz, que prefirió decir para sí estas palabras: «Todo lo echaré de mí menos la idea triste, la idea vieja y lúgubre: que ella, rezando, rezando, se salvará; y yo, esperando, esperando, me moriré.»

León, que parecía leer los pensamientos en el contraído entrecejo de su amiga, le dijo cara á cara:

«En los trances duros se conoce la índole generosa ó egoísta de las almas.»

Pepa tembló de pies á cabeza. Después, sosteniendo su frente en un dedo, rígido como clavo de martirio, dijo mirando á sus propias rodillas, donde tocaban el piano los diminutos dedos de Ramona:

«No sé si la mía será egoísta ó generosa. Yo sé que he derramado hace poco algunas lagrimillas pidiendo á Dios que no matara á nadie por culpa mía. ¡Qué sabor tan amargo sacan á veces nuestras oraciones, y cómo se acongoja nuestro pensamiento luchando para que las flores que quiere echar de sí no se conviertan en culebras!... Yo he rezado hoy más que ningún día de mi vida; pero no estoy segura de haber rezado bien y con limpieza de corazón. Horrible batalla había dentro de mí. Creo que las palabras y las ideas que andaban por mi cerebro variaban de sentido á cada instante, y que decir Dios era decir demonio, y decir amor era decir odio, y decir salvarse era decir morirse. La idea sentida y la idea pensada se combatían quitándose una á otra el vestido de su palabra propia. Yo creo que no he rezado nada, que no soy buena... ¡Me siento con tan poco de santa y tanto de mujer!... Y sin embargo, yo no seré tan mala cuando he tenido alma para pedir claramente que muriéramos las dos, y así todo quedaría bien...»

Se levantó, añadiendo:

«En fin, me voy. Ya sabes que obedecerte es el único placer de mi vida.

—Gracias,—murmuró León, tomando en brazos á la nena.

—Despídete de ese...» dijo Pepa contemplando con amor á su hija y al que la besaba.

Estrechó León en sus brazos á la chiquilla y le dió mil besos, considerando que las manifestaciones de su cariño no eran escandalosas recayendo en la inocente persona de un ángel tan bonito. Con ella en brazos dió dos ó tres paseos por la estancia, ocultando así con estas idas y venidas la emoción que sentía y que traspasaba los límites del alma para salir al rostro. Sin mirar á la buena mamá, ésta podía vanagloriarse, allá en el ángulo de la pieza, de ser bien contemplada. La pasión tiene su perspicacia nativa y un estro maravilloso para sorprender los pensamientos del sér amado, asimilárselos y alimentar el espíritu propio con aquel rico manjar extraño.

En cuanto al desgraciado hombre, nunca como entonces había sentido el dominio irresistible que sobre él ejercía aquel sér pequeño y lindo, nacido de la unión de una mujer que no era la suya y de un hombre que no era él. No creía en la posibilidad de vivir contento si le quitaban de las manos aquel tesoro, ajeno sin duda, pero que se había acostumbrado á mirar como suyo y muy suyo. Con este cariño se mezclaban el cariño y la imagen de la madre, como dos luces confundidas en una sola. ¡Familia prestada que en el corazón del solitario ocupaba el desierto hueco y se apropiaba el calor reservado á la propia! El no tenía culpa de que en su cansado viaje por el páramo se le presentaran aquellas dos caras, risueña la una, enamorada la otra, ambas alegrando el triste horizonte de su vida y obligándole á marchar adelante cuando ya sin fuerzas caía sobre pedregales y espinas. En Pepa Fúcar había hallado amor, docilidad, confianza, misteriosas promesas de la paz soñada y del bien con tanto afán perseguido. Era la familia de promisión, con todos los elementos humanos de ella, pero sin la legitimidad; y el no ser un hecho, sino una esperanza, dábale mayores encantos y atractivo más grande. La pasión arrebatada de Pepa y el ardor fanático con que á todo la sobreponía, lejos de infundirle cuidado le seducían más, porque en ello veía la ofrenda absoluta del corazón, sin reserva alguna, la generosidad ilimitada con que un alma se le entregaba toda entera, sin esconder nada, sin ocultar sus mismas imperfecciones ni escatimar un solo pensamiento. Quien había sido mendigo de afectos no podía rechazar los que iban á él con superabundancia y cierto alarde bullicioso. Infundíale al mismo tiempo orgullo y piedad el ver cómo aquel admirable corazón, sin dejar de ser religioso, le pertenecía enteramente, por ley que es divina á fuerza de ser humana; y al sentirse tan bien amado, tan señor y rey en el corazón y en los pensamientos de ella, no podía menos de darse también todo completo. Cualquier afecto secundario y remoto que existiera antes de aquel mutuo resplandor en que ambos se veían, debía extinguirse, como palidecen los astros lejanos cuando sale el sol.

Pero quizás no era ocasión de pensar tales cosas. León puso la niña en brazos de su madre y le dijo:

«Ni un momento más. Adiós. Si es necesario explicar á tu padre la causa de tu traslación á Madrid, yo me atreveré á decírsela.

—Se la diré yo.»

Con precipitación y desasosiego salieron uno y otro por puertas distintas.

Annotate

Next / Sigue leyendo
V. A almorzar.
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org