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La Familia de León Roch: V. La madre.

La Familia de León Roch
V. La madre.
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. PRIMERA PARTE
    1. I. De la misma al mismo.
    2. II. Herpetismo.
    3. III. Donde el lector verá con gusto los panegíricos que los españoles hacen de sus compatriotas y de su país.
    4. IV. Siguen los panegíricos dando á conocer en cierto modo el carácter nacional.
    5. V. Donde pasa algo que bien pudiera ser una nueva manifestación del carácter nacional.
    6. VI. Pepa.
    7. VII. Dos hombres con sus respectivos planes.
    8. VIII. María Egipciaca.
    9. IX. La Marquesa de Tellería.
    10. X. El Marqués.
    11. XI. Leopoldo.
    12. XII. Gustavo.
    13. XIII. El último retrato.
    14. XIV. Marido y mujer.
    15. XV. Un convenio como los que la diplomacia llama «modus vivendi.»
    16. XVI. De Crematística.
    17. XVII. La desbandada.
    18. XVIII. El asceta.
    19. XIX. La Marquesa se va á la música.
    20. XX. Un drama viejo, viejísimo.
    21. XXI. Batiéndose con el ángel.
    22. XXII. Vencido por el ángel.
  4. SEGUNDA PARTE
    1. I. Si el tiempo lo permite.
    2. II. Memorias.—Tristezas.
    3. III. María Egipciaca se viste de pardo y no se lava las manos.
    4. IV. El mayor monstruo, el crup.
    5. V. La madre.
    6. VI. El Marqués de Fúcar recibe nuevos favores del Cielo.
    7. VII. Erunt duo in carne una.
    8. VIII. En que se ve pintada al vivo la invasión de los bárbaros.. Resucitan Alarico, Atila, Omar.
    9. IX. La crisis.
  5. SEGUNDA PARTE. (CONTINUACIÓN)
    1. X. Razón frente á pasión.
    2. XI. Esperar.
    3. XII. Donde se trata de la hidalguía castellana, de las leyes morales, de todo lo que hay de más venerando, y de otras cosillas.
    4. XIII. Una figura que parece de Zurbarán y no es sino de Goya.
    5. XIV. La revolución.
    6. XV. ¿Cortesana?
    7. XVI. El deshielo.
  6. TERCERA PARTE
    1. I. Vuelve en sí.
    2. II. ¿Se morirá?
    3. III. León Roch hace una visita que le parece mentira.
    4. IV. Despedida.
    5. V. A almorzar.
    6. VI. El clérigo miente y el gallo canta.
    7. VII. Fuegos parabólicos.
    8. VIII. Sorbete, jamón, cigarros, pajarete.
    9. IX. También yo despeino.
    10. X. Latet anguis.
    11. XI. Excesos del apostolado.
    12. XII. La verdad.
    13. XIII. La batalla.
    14. XIV. Vulnerant omnes, ultima necat.
    15. XV. La sala Increíble.
    16. XVI. Los imposibles.
    17. XVII. Visitas de duelo.
    18. XVIII. El cónyuge inocente.
    19. XIX. Tres por dos.
    20. XX. Final.
    21. XXI. Del Marqués de Fúcar al Marqués de Onésimo.
  7. Autor
  8. Otros textos
  9. CoverPage

V. La madre.

¡Qué horas las de aquella noche! En ellas no pasaba nada, y, sin embargo, transcurrían llenas de interés, como los años de la historia preñados de pasmosos acontecimientos. La excitación nerviosa de Pepa era tan grande, que parecía tocada de locura; llorando reía, y sus palabras entrecortadas, sueltas, incoherentes, anunciaban el extraordinario desvarío de su alma, vacilante entre la desesperación y la esperanza. A veces temblaba como una vieja decrépita; á veces iba de aquí para allí como una niña que no sabe lo que hace.

Y Monina, después de expeler mayor cantidad de falsas membranas, seguía sudando copiosamente. Aquel sudor semejaba un rocío del cielo. El color amoratado de su rostro iba desapareciendo, y en sus mejillas alboreó ligero tinte rosado. Daba alegría ver cómo apuntaban las flores de la vida en aquello que había sido yermo de muerte. Su respiración era blanda, y en sus labios mudos, ligeramente dilatados, apuntaba también el capullo de la más hermosa flor de la infancia, que es la risa. No se podía verla sin esperanza: no era posible desechar aquella esperanza que se apoderaba del alma como una inspiración del cielo. Aclaraba el día cuando Moreno se volvió hacia Pepa y le habló así:

«Ya es hora de poder decir algo positivo.

—¿Sí?

—Mi hija...

—Pues la niña—añadió el médico estrechando la mano de Pepa,—está fuera de peligro. Una reacción sudorífica, precedida de la expulsión de las membranas, nos la ha salvado. León quería intentar la traqueotomía... La disolución cáustica, obrando sobre la mucosa, nos ha devuelto la joya que creíamos perdida.»

Pepa le besaba las manos, llenándoselas de lágrimas.

«No he sido yo, señora: ha sido la Naturaleza, y el tártaro y la disolución cáustica... en una palabra, la Naturaleza sola, ó mejor dicho, Dios solo. Ahora es tiempo de que yo descanse un poco.»

Después de dar breves instrucciones, se retiró. Pepa se había quedado muda. La alegría no le permitía decir nada. Se puso á rezar, estuvo en oración más de media hora. León estaba junto al lecho, apoyada la frente en las manos. De pronto sintió una voz que le llamaba. Miró y vió á Pepa junto á él.

«¡Qué día y qué noche has pasado!—le dijo ésta.—Horas de ansiedad, de muerte, y después de alegría. Tú no eres padre; si lo fueras, ¡bienaventurados tus hijos!... El interés que has mostrado por esta niña de una familia amiga, pero extraña, de una familia que no es la tuya...

—Ese interés es un cariño irresistible, que aun aquí no puedo explicarme. Paréceme una aberración, una locura.

—¡Locura!... eso no. Yo quiero que ames á mi hija. Mira, León: si vivo mil años no olvidaré estas horas en que tanto ha padecido y trabajado mi pobre alma, y lo que menos olvidaré será aquel momento, que fué el más solemne y crítico de esta noche, y aquellas palabras que oí y que están en mi memoria como si las hubieras estampado con fuego.

—No sé qué dices.

—Ni yo tampoco—replicó la de Fúcar inclinándose hacia León.—Creo que la alegría me ha vuelto demente... Noto en mi cerebro no sé qué aberración ó desquiciamiento... ¿Pero es verdad que tengo á mi hija?... ¿es verdad que conservo á este ángel para que me acompañe en mi soledad?»

Miró á la niña, y acercándose despacio la besó en la frente con mucho cuidado para no turbar su tranquilo sueño. Cuando se volvió hacia el amigo, éste pudo observar una extraña iluminación en los ojos de Pepa.

«Estás muy excitada—le dijo.—Debes acostarte y dormir un poco. ¡Pobre madre! Has padecido mucho desde anteanoche.

—Mucho—repitió Pepa.—He padecido mucho; pero no ha sido sólo ahora, sino antes, antes... Estoy familiarizada con el padecer.

—Cálmate... tienes calentura.

—Pues como te decía—indicó la dama pasando bruscamente de una indecisión sombría á una claridad sonriente,—no olvidaré jamás aquellas palabras... «Señor, que no se muera Monina. Es lo que más amo en el mundo.» ¡Lo que más amas en el mundo!»

León bajó los ojos.

«Yo agradezco mucho que quieras á mi hija de ese modo—dijo Pepa pronta á llorar.—Al fin no soy yo sola quien la quiere... Eres un buen amigo, amigo mío desde la infancia... Siempre te he apreciado, y ahora más que nunca... En fin, al ver el interés que has tomado por mi niña, interés verdadero, profundo; al ver esto, siento un deseo irresistible de romper un silencio que me ahoga, de quebrantar un secreto que no cabe en mí, y decirte que...»

Dejó caer desplomada su cabeza sobre el hombro de León, y lo regó con abundantes lágrimas. El no decía nada. Sentía el peso de aquella cabeza y el calor de aquel aliento y la humedad de aquellas lágrimas, y callaba torvo y reconcentrado en sí mismo. Parecía que la dama lloraba sobre una piedra.

Un sentimiento de dignidad ó de pudor estalló súbito en el alma de Pepa. Incorporándose ruborizada, lanzó una exclamación que parecía significar: «¿Qué estoy haciendo?... ¡Esto es un escándalo!»

«Pepa—dijo León estrechándole cariñosamente una mano.—Tu niña se ha salvado. Yo me retiro.»

En aquel momento sorprendióles una voz fresca, argentina, angelical, una voz del cielo que gritaba: «Mama, mama...»

Pepa se la comió á besos. Monina resucitaba, pedía chicha (carne), melutita (merluza), bichichi (roast-beef), cayamelo (caramelos), panimiteca (pan y manteca), todo junto, todo á un tiempo, todo en gran cantidad, y después de esto, no sabiendo más nombres, pedía cosas. Con esta palabra compendian los niños su insaciable deseo de posesión. Es el vocablo sintético de su codicia y de su gula.

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VI. El Marqués de Fúcar recibe nuevos favores del Cielo.
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