57. Llegamos ya al batidero mayor, que es la cuestión del entendimiento, en la cual yo confieso, que si no me vale la razón, no tengo mucho recurso a la autoridad; porque los Autores que tocan esta materia (salvo uno, u otro muy raro), están tan a favor de la opinión del vulgo, que casi uniformes hablan del entendimiento de las mujeres con desprecio.
58. A la verdad, bien pudiera responderse a la autoridad de los más de esos libros con el apólogo que a otro propósito trae el Siciliano Carduccio en sus Diálogos sobre la Pintura.[1] Yendo de camino un hombre, y un león, se les ofreció disputar quiénes eran más valientes, si los hombres, si los leones: cada uno daba la ventaja a su especie; hasta que llegando a una fuente de muy buena estructura, advirtió el hombre que en la coronación estaba figurado en mármol un hombre haciendo pedazos a un león. Vuelto entonces a su contrincante en tono de vencedor, como quien había hallado contra él un argumento concluyente, le dijo: Acabarás ya de desengañarte de que los hombres son más valientes que los leones, pues allí ves gemir oprimido, y rendir la vida un león debajo de los brazos de un hombre. Bello argumento me traes (respondió sonriéndose el león): esa estatua otro hombre la hizo, y así no es mucho que la formase como le estaba bien a su especie. Yo te prometo, que si un león la hubiera hecho, él hubiera vuelto la tortilla, y plantado el león sobre el hombre, haciendo gigote de él para su plato.
59. Al caso: hombres fueron los que escribieron esos libros, en que se condena por muy inferior el entendimiento de las mujeres. Si mujeres los hubieran escrito, nosotros quedaríamos debajo […]. Lo cierto es, que ni ellas, ni nosotros podemos en este pleito ser Jueces, porque somos partes; y así se había de fiar la sentencia a los Ángeles, que como no tienen sexo, son indiferentes.
60. Y lo primero, aquellos que ponen tan abajo el entendimiento de las mujeres, que casi le dejan en puro instinto, son indignos de admitirse a la disputa. Tales son los que asientan, que a los más que puede subir la capacidad de una mujer, es a gobernar un gallinero. […]
62. Estos discursos contra las mujeres son de hombres superficiales. Ven que por lo común no saben sino aquellos oficios caseros, a que están destinadas; y de aquí infieren (aun sin saber que lo infieren de aquí, pues no hacen sobre ello algún acto reflejo) que no son capaces de otra cosa. El más corto lógico sabe, que de la carencia del acto a la carencia de la potencia no vale la ilación;[2] y así, de que las mujeres no sepan más, no se infiere que no tengan talento para más.
63. Nadie sabe más que aquella facultad que estudia, sin que de aquí se pueda colegir, sino bárbaramente, que [351] la habilidad no se extiende a más que la aplicación. Si todos los hombres se dedicasen a la Agricultura (como pretendía el insigne Tomás Moro en su Utopía) de modo que no supiesen otra cosa, ¿sería esto fundamento para discurrir que no son los hombres hábiles para otra cosa? Entre los Drusos, Pueblos de la Palestina, son las mujeres las únicas depositarias de las letras, pues casi todas saben leer, y escribir; y en fin, lo poco, o mucho que hay de literatura en aquella gente, está archivado en los entendimientos de las mujeres, y oculto del todo a los hombres; los cuales sólo se dedican a la Agricultura, a la Guerra, y a la Negociación. Si en todo el mundo hubiera la misma costumbre, tendrían sin duda las mujeres a los hombres por inhábiles para las letras, como hoy juzgan los hombres ser inhábiles las mujeres. Y como aquel juicio sería sin duda errado, lo es del mismo modo el que ahora se hace, pues procede sobre el mismo fundamento.
64. Y acaso sobre el mismo principio, aunque mucho más benigno con las mujeres, el Padre Malebranche, en su Arte de investigar la verdad, les concedió ventaja conocida sobre los hombres en la facultad de discernir las cosas sensibles, dejándolas muy abajo para las ideas abstractas […;] advirtió que las mujeres reputadas por hábiles, discurren con más felicidad, y acierto que los hombres en orden a las cosas sensibles, y con mucho menos (si no enmudecen del todo) en materias abstractas: siendo así, que esto no proviene de la desigualdad de talento, sino de la diferencia de aplicación y uso. Las mujeres se ocupan, y piensan mucho más que los hombres en el condimento del manjar, en el ornato del vestido, y otras cosas a este tono, y así discurren, y hablan acerca de ellas con más acierto, y con más facilidad. Por el contrario en cuestiones teóricas, o ideas abstractas, rarísima mujer piensa, o rarísima vez; y así, no es mucho que las encuentren torpes, cuando les tocan estas materias. […]
65. Generalmente cualquiera, por grande capacidad que tenga, parece rudo, o de corto alcance en aquellas materias a que no se aplica, ni tiene uso. Un labrador del campo, a quien Dios haya dotado de agudísimo ingenio, como algunas veces sucede, si no ha pensado jamás en otra cosa que su labranza, parecerá muy inferior al más rudo político siempre que se ofrezca hablar de razones de estado. Y el más sagaz político, si es puro político, metiéndose a hablar de ordenar escuadrones, y dar batallas, dirá mil desvaríos.
66. Lo propio sucede puntualmente en nuestro caso: estáse una mujer de bellísimo entendimiento dentro de su casa, ocupado el pensamiento todo el día en el manejo doméstico, sin oír, u oyendo con descuido, si tal vez se habla delante de ella de materias de superior esfera. Su marido, aunque de muy inferior talento, trata por afuera frecuentemente, ya con Religiosos sabios, ya con hábiles políticos, con cuya comunicación adquiere varias noticias, entérase de los negocios públicos, recibe muchas importantes advertencias. Instruido de este modo, si alguna vez habla delante de su mujer de aquellas materias, en que por esta vía cobró un poco de inteligencia, y ella dice algo que le ocurre al propósito, como, por muy penetrante que sea, estando desnuda de toda instrucción, es preciso que discurra defectuosamente, hace juicio el marido, y aun otros, si lo escuchan, de que es una tonta, quedándose él muy satisfecho de que es un lince.
67. Lo que pasa con esta mujer, pasa con infinitas, que siendo de muy superior capacidad respecto de los hombres concurrentes, son condenadas por incapaces de discurrir en algunas materias; siendo así, que el no discurrir, o discurrir mal depende, no de falta de talento, sino de falta de noticias, sin las cuales ni aun un entendimiento angélico podrá acertar en cosa alguna; los hombres entretanto aunque de inferior capacidad, triunfan, y lucen como superiores a ellas, porque están prevenidos de noticias.
70. Estas ventajas que hay para que un hombre de cortísima penetración discurra mucho más, y con mucho mayor acierto en asuntos nobles que una mujer de gran perspicacia, son de tanto momento, que puede suceder en la concurrencia de una mujer agudísima con un hombre rudo, parecer éste discreto, y aquella tonta, a quien no hiciere las reflexiones que llevo escritas.
71. De hecho la falta de estas reflexiones introdujo en tantos hombres (y algunos por otra parte sabios, y discretos) este gran desprecio del entendimiento de las mujeres; y lo más gracioso es, que han gritado tanto sobre que todas las mujeres son de cortísimo alcance, que a muchas, si no a las más, ya se lo han hecho creer.
[Nota: Feijoo cita autoridades masculinas que abogan por la legítima inteligencia de la mujer.]
Comúnmente esta fábula se remonta a Esopo, famoso escritor griego de este tipo de narraciones morales. ↑
Feijoo se remite a la distinción aristotélica entre potencia y acto, las cualidades posibles de un individuo o un objeto y sus cualidades en el presente. El fraile ilustrado establece que, porque la mujer no haya tenido oportunidades en el pasado de desarrollar diversas aptitudes (acto), no se sigue que no pueda llegar a hacerlo (potencia). La mujer puede ser potencialmente más de lo que se le ha dejado ser. ↑