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Defensa de las mujeres: Sección V

Defensa de las mujeres
Sección V
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  1. Cover Page
  2. Sección I
  3. Sección II
  4. Sección III
  5. Sección IV
  6. Sección V

107. Ya es tiempo de salir de las asperezas de la Física a las amenidades de la Historia, y persuadir con ejemplos, que no es menos hábil el entendimiento de las mujeres, que el de los hombres, aun para las ciencias más difíciles: medio el mejor para convencer al vulgo, que por lo común se mueve más por ejemplos, que por razones. Referir todos los que ocurren, sería muy fastidioso; y así sólo señalaremos algunas de las mujeres más ilustres en doctrina de estos últimos siglos, que florecieron, ya en nuestra España, ya en los Reinos vecinos.

[Nota: Feijoo pasa a exponer las contribuciones de numerosísimas mujeres notables en las humanidades, las artes, la música y ciencias, en distintos países y a lo largo de la historia para refutar la idea de la aptitud femenina en diversas esferas]

152. Concluyo este Discurso, satisfaciendo a un reparo que se podrá formar sobre el asunto; y es, que persuadir al género humano la igualdad de ambos sexos en las prendas intelectuales, no parece que trae utilidad alguna al Público, antes bien le ocasionará algún daño, por cuanto fomenta en las mujeres su presunción, y orgullo.

153. Pudiera ocurrir a este escrúpulo sólo con decir, que en cualquiera materia que se ofrezca al discurso, es utilidad bastante conocer la verdad, y desviar el error. El recto conocimiento de las cosas por sí mismo es estimable, aun sin respecto a otro fin alguno criado. Las verdades tienen su valor intrínseco; y el caudal, o riqueza del entendimiento, no consta de otras monedas. Unas son más preciosas que otras, pero ninguna inútil. Ni la verdad, que hemos probado, puede por sí inducir vanidad, y presunción en las mujeres. Si ellas son verdaderamente en las perfecciones de la alma iguales con nosotros, no habrá vicio alguno en que lo conozcan, y entiendan así. […]

154. Pero mucho más pretendo, y es, que la máxima que hemos establecido, no sólo no puede ocasionar en lo moral daño alguno, sino que puede traer mucho provecho. Considérese a cuantos hombres la imaginada superioridad de talentos los hace osados para emprender sobre el otro sexo criminales conquistas.[…]

155. Sepan, pues, las mujeres, que no son en el conocimiento inferiores a los hombres: con eso entrarán confiadamente a rebatir sus sofismas, donde se disfrazan con capa de razón las sinrazones. […][1]

156. Conozca, pues, la mujer su dignidad, como clamaba S. León al hombre. Sepa que no hay ventaja alguna de parte de nuestro sexo; y así, que siempre será oprobio, y vileza suya conceder al hombre el dominio de su cuerpo, salvo cuando le autorice la santidad del matrimonio.

157. Aún no he dicho toda la utilidad que en lo moral traerá el sacar a los hombres,[2] y mujeres de este error en que están, de la desigualdad de los sexos. Firmemente creo que este error es causa de mancharse con adulterios infinitos tálamos. Parece que me enredo en una extraña paradoja; pero no es sino una verdad constante: Atención.

158. Pasados pocos meses, después que con el vínculo del matrimonio se ligaron las almas de dos consortes, pierde la mujer aquella estimación que antes lograba por alhaja recién poseída. Pasa el hombre de la ternura a la tibieza, y la tibieza muchas veces viene a parar en desprecio, y desestimación positiva. Cuando el marido llega a este vicioso extremo, empieza a triunfar, y a insultar a la esposa en fe de las ventajas que imagina en la superioridad de su sexo. Instruido de aquellas sentencias, que la mujer que más alcanza, alcanza lo que un niño de catorce años: que no hay que buscar en ellas seso, ni prudencia, y otras de este jaez, todo lo que observa en la suya trata con sumo desprecio. En este estado cuanto la pobre mujer discurre es un delirio, cuanto dice un despropósito, cuanto obra un yerro. El atractivo de la hermosura, si es que la tiene, ya no sirve de nada, porque le rebajó el precio la seguridad de la posesión. Ese es un hechizo que ya está deshecho. Sólo se acuerda el marido de que la mujer es un animal imperfecto; y si se descuida, a la más linda le echará en la cara, que es un vaso de inmundicia.

159. En este estado de abatimiento está la infeliz mujer, [392] cuando empieza a mirarla, como suelen decir, con buenos ojos un galán. A la que está aburrida de ver a todas horas un semblante ceñudo, es natural que le parezca demasiadamente bien un rostro apacible. Esto basta, para facilitar la conversación. En ella no oye cosa que no la lisonjee el gusto. Antes no escuchaba sino desprecios; aquí no se le habla sino de adoraciones. Antes era tratada como menos que mujer; ahora se ve elevada a la esfera de deidad. Antes se le decía que era una tonta; ahora escucha que tiene un entendimiento divino. En la boca del marido era toda imperfecciones; en la del galán es toda gracias. Aquel la señoreaba como tirano dueño; éste se le ofrece como rendido esclavo. Y aunque el enamorado, si fuera marido, hiciera lo mismo que el otro, como eso no lo previene la triste casada, halla entre los dos la distinción que hay entre un Ángel, y un bruto. Ve en el marido un corazón lleno de espinas; en el galán coronado de flores. Allí se le presenta una cama de hierro; aquí de oro. Allí la esclavitud; aquí el imperio. Allí la mazmorra; aquí el solio.

160. En esta situación ¿qué hará la mujer más valiente? ¿Cómo resistirá dos impulsos dirigidos a un mismo fin, uno que la impele, otro que la atrae? Si el Cielo no la detiene con mano poderosa, segura es la caída. Y si cae, ¿quién puede negar que su propio marido la despeña? Si él no la tratara con vilipendio, no le hiciera fuerza el amante con la lisonja. El mal tratamiento del uno, da valor al rendimiento del otro. Todo este mal viene muchísimas veces de aquel concepto bajo que los hombres casados tienen hecho del otro sexo. Déjense de esas erradas máximas, y lograrán las mujeres más fieles. Estímenlas, pues Dios los manda amarlas: desprecio y amor no entiendo cómo se pueden acomodar juntos en un corazón, respecto del mismo objeto. [393]

Teatro crítico universal, Tomo I, 1778

Artículo complementario recomendado:

Garriga Espino, Ana. “‘Defensa de la mujer’: el conformismo obligado de Feijoo en la España del siglo XVIII”. Tonos. Revista electrónica de estudios filológicos, no. 22 (enero de 2012).

https://www.um.es/tonosdigital/znum22/secciones/tritonos-2-garriga_defensa_de_mujeres.htm

  1. Importantísimo pasaje, pues aquí Feijoo se dirige a sus posibles mujeres lectoras. Esta cita permitió el empoderamiento de escritoras de la época como Josefa Amar y Borbón o Inés de Joyes. Más adelante, otras autoras gallegas volverán a este texto como fuente de legitimación: Emilia Pardo Bazán y Rosalía de Castro. ↑

  2. Conocedor de que su audiencia lectora es fundamentalmente masculina, Feijoo intenta convencer a los hombres de la necesidad de pensar en las mujeres como sus iguales. Se apoya para ello en un tema que les preocupaba: el de la estabilidad de sus matrimonios y de su imagen pública. ↑

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