32. Pienso haber señalado tales ventajas de parte de las mujeres, que equilibran, y aun acaso superan las calidades en que exceden los hombres. ¿Quién pronunciará la sentencia en este pleito? Si yo tuviese autoridad para ello, acaso daría un corte, diciendo que las calidades en que exceden las mujeres, conducen para hacerlas mejores en sí mismas: las prendas en que exceden los hombres, los constituyen mejores, esto es, más útiles para el público. Pero como yo no hago oficio de Juez, sino de Abogado, se quedará el pleito por ahora indeciso.
33. Y aun cuando tuviese la autoridad necesaria, sería forzoso suspender la sentencia; porque aun se replica a favor de los hombres, que las buenas calidades que atribuyó a las mujeres, son comunes a entrambos sexos. Yo lo confieso; pero en la misma forma que son comunes a ambos sexos las buenas calidades de los hombres. Para no confundir la cuestión, es preciso señalar de parte de cada sexo aquellas perfecciones, que mucho más frecuentemente se hallan en sus individuos, y mucho menos en los del otro. Concedo, pues, que se hallan hombres dóciles, cándidos, y ruborosos. Añado, que el rubor, que es buena señal en las mujeres, aún lo es mejor en los hombres; porque denota, sobre índole generosa, ingenio agudo. […]
34. Es así, digo, que en varios individuos de nuestro sexo se observan, aunque no con la misma frecuencia, las bellas cualidades que ennoblecen al otro. Pero esto en ninguna manera inclina a nuestro favor la balanza, porque hacen igual peso por la otra parte las perfecciones, de que se jactan los hombres, comunicadas a muchas mujeres.
35. De prudencia política sobran ejemplos en mil Princesas por extremo hábiles. Ninguna edad olvidará la primera mujer, en quien desemboza la Historia las obscuridades de la fábula: Semíramis, digo, Reina de los Asirios, que educada en su infancia por las palomas, se elevó después sobre las águilas; pues no sólo se supo hacer obedecer ciegamente de los súbditos, que le había dejado su esposo; mas hizo también súbditos todos los Pueblos vecinos, y vecinos de su Imperio los más distantes, extendiendo sus conquistas, por una parte hasta la Etiopía, por otra hasta la India.[…]
36. Ni (dejando otras muchísimas, y acercándonos a nuestros tiempos) se olvidará jamás Isabela de Inglaterra, mujer, en cuya formación concurrieron con igual influjo las tres Gracias, que las tres Furias; y cuya soberana conducta sería siempre la admiración de la Europa, si sus vicios no fueran tan parciales de sus máximas, que se hicieron imprescindibles: y su imagen política se presentará siempre a la posteridad, coloreada (manchada diré mejor) con la sangre de la inocente María Estuarda, Reina de Escocia. Ni Catalina de Médicis, Reina de Francia, cuya sagacidad en la negociación de mantener el equilibrio los dos partidos encontrados de Católicos, y Calvinistas, para precaver el precipicio de la Corona, se pareció a la destreza de los volatines, que en alta, y delicada cuerda, con el pronto artificioso manejo de los dos pesos opuestos, se aseguran del despeño, y deleitan a los circunstantes, ostentando el riesgo, y evitando el daño. No fuera inferior a alguna de las referidas nuestra Católica Isabela en la administración del gobierno, si hubiera sido Reinante, como fue Reina. […]
41. Hasta aquí de la prudencia política, contentándonos con bien pocos ejemplos, y dejando muchos. De la prudencia económica es ocioso hablar, cuando todos los días se están viendo casas muy bien gobernadas por las mujeres, y muy desgobernadas por los hombres.
42. Y pasando a la fortaleza, prenda que los hombres consideran como inseparable de su sexo, yo convendré en que el Cielo los mejoró en esta parte en tercio y quinto; mas no en que se les haya dado como Mayorazgo, o Vínculo indivisible, exento de toda partida con el otro sexo.