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Fortunata y Jacinta: 2

Fortunata y Jacinta
2
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table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Parte 1
    1. Capítulo 1. Juanito Santa Cruz
      1. 1
      2. 2
    2. Capítulo 2. Santa Cruz y Arnaiz. Vistazo histórico sobre el comercio matritense
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      6. 6
    3. Capítulo 3. Estupiñá
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      2. 2
      3. 3
      4. 4
    4. Capítulo 4. Perdición y salvamento del Delfín
      1. 1
      2. 2
    5. Capítulo 5. Viaje de novios
      1. 1
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      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
    6. Capítulo 6. Más y más pormenores referentes a esta ilustre familia
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
    7. Capítulo 7. Guillermina, virgen y fundadora
      1. 1
      2. 2
      3. 3
    8. Capítulo 8. Escenas de la vida íntima
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
    9. Capítulo 9. Una visita al Cuarto Estado
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      6. 6
      7. 7
      8. 8
      9. 9
    10. Capítulo 10. Más escenas de la vida íntima
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      6. 6
      7. 7
      8. 8
    11. Capítulo 11. Final, que viene a ser principio
      1. 1
      2. 2
      3. 3
  4. Parte 2
    1. Capítulo 1. Maximiliano Rubín
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
    2. Capítulo 2. Afanes y contratiempos de un redentor
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      8. 8
      9. 9
    3. Capítulo 3. Doña Lupe la de los Pavos
      1. 1
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      3. 3
      4. 4
      5. 5
    4. Capítulo 4. Nicolás y Juan Pablo Rubín.—Propónense nuevas artes y medios de redención
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      3. 3
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      6. 6
      7. 7
      8. 8
    5. Capítulo 5. Las Micaelas por fuera
      1. 1
      2. 2
      3. 3
    6. Capítulo 6. Las Micaelas por dentro
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      2. 2
      3. 3
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      7. 7
      8. 8
      9. 9
      10. 10
    7. Capítulo 7. La boda y la luna de miel
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      11. 11
      12. 12
  5. Parte 3
    1. Capítulo 1. Costumbres turcas
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      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
    2. Capítulo 2. La restauración vencedora
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      2. 2
      3. 3
      4. 4
    3. Capítulo 3. La revolución vencida
      1. 1
      2. 2
    4. Capítulo 4. Un curso de filosofía práctica
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
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      9. 9
      10. 10
    5. Capítulo 5. Otra restauración
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      2. 2
      3. 3
      4. 4
    6. Capítulo 6. Naturalismo espiritual
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    7. Capítulo 7. La idea... la pícara idea
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      4. 4
      5. 5
  6. Parte 4
    1. Capítulo 1. En la calle del Ave-María
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    2. Capítulo 2. Insomnio
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    3. Capítulo 3. Disolución
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      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
    4. Capítulo 4. Vida nueva
      1. 1
      2. 2
    5. Capítulo 5. La razón de la sinrazón
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
    6. Capítulo 6. Final
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      3. 3
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      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
      9. 9
      10. 10
      11. 11
      12. 12
      13. 13
      14. 14
      15. 15
      16. 16
  7. Autor
  8. Otros textos
  9. CoverPage

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Quedose Jacinta como una estatua, y al fin, volviendo la espalda a su marido, hizo un ademán de salir. Él la cogió por una mano, y quiso abrazarla. Ella no se dejó. En medio del estrujón frustrado, sólo pudo articular la esposa muy vagamente estas palabras: «Me voy». Lo que más la irritaba era que el tunante, después de lo que había dicho, tuviera todavía humor de bromas y pusiera aquella cara de pillín, como si se tratara de una cosa de juego. Porque se sonreía, y tranquilo en apariencia, díjole en tono de seriedad cómica:

«Señora, acuéstese usted».

—¿Yo… ?—Se lo mando a usted… Acuéstese usted al momento.

No le fue a ella posible entonces librarse de un abrazo apretado, y en aquel segundo estrujón, oyó estas cariñosas palabras:

«¿No vale más que nos expliquemos como buenos amigos? Hijita de mi alma, si te enfurruñas, no llegaremos a entendernos».

Jacinta fue bruscamente desarmada. Quedose como el combatiente de los cuentos de niños, a quien por obra de magia se le convierte la espada en alfiler y el escudo en dedal.

El Delfín había entrado, desde los últimos días del 74, en aquel periodo sedante que seguía infaliblemente a sus desvaríos. En realidad no era aquello virtud, sino cansancio del pecado; no era el sentimiento puro y regular del orden, sino el hastío de la revolución. Verificábase en él lo que D. Baldomero había dicho del país; que padecía fiebres alternativas de libertad y de paz. A los dos meses de una de las más graves distracciones de su vida, su mujer empezaba a gustarle lo mismito que si fuera la mujer de otro. La bondad de ella favorecía este movimiento centrípeto, que se había determinado por quinta o sexta vez desde que estaban casados. Ya en otras ocasiones pudo creer Jacinta que la vuelta a los deberes conyugales sería definitiva; pero se equivocó, porque el Delfín, que tenía en el cuerpo el demonio malo de la variedad, cansábase de ser bueno y fiel, y tornaba a dejarse mover de la fuerza centrífuga. Mas era tanta la alegría de la esposa al verle enmendado, que no pensaba que aquella enmienda fuera como un descanso, para emprenderla después con más brío por esos mundos de Dios. También esto concordaba con un pensamiento de D. Baldomero, que decía: «Cuando el país remite, y fortalece con su opinión la autoridad, no es que ame verdaderamente el orden y la ley, sino que se pone en cura y hace sangre para saciar después con mejor gusto el apetito de las trifulcas».

Quedó, como he dicho, tan desarmada Jacinta, que no podía ser más. Pero creyendo que su dignidad le ordenaba seguir muy colérica, dijo todas las palabras necesarias para mostrarlo, por ejemplo: «Me acostaré o no me acostaré, según me acomode. ¿A ti qué te importa? No parece si no que… Conmigo no se juega, ¿estamos?… ¿Pues qué se ha figurado este tonto? Hemos concluido, te digo que hemos concluido… Bien, me acuesto porque quiero, no porque tú me lo mandes… ¡Vaya!… ».

Poco después se oía en la alcoba lo siguiente: «Que te estés quieto… No vayas a creerte que ahora te voy a perdonar. No, si no me engatusas… ni hay tilín que valga. Ya van quince y raya. No están los tiempos para perdones, caballerito. Haz el favor, te digo… No quiero verte, no quiero oírte, ni me importa que me quieras o no. Si me quieres, rabia y rabia; mejor. Yo me reiré viéndote padecer. Con que lo dicho, déjame en paz. Tengo un sueño espantoso… ¿No ves cómo se me cierran los ojos?».

Y era mentira. Lejos de tener ganas de dormir, estaba muy despabilada y nerviosa.

«Tú no tienes sueño; ¿a que no lo tienes?—le decía él—. ¿A que te despabilo y te pongo como un lucero?».

—¿A que no? ¿Cómo?

—Contándote toda la verdad de lo que te dijo Amalia, haciendo una confesión general para que veas que no soy tan malo como crees.

—¡Ah!, sí; ven, ven, hijito—exclamó ella alargando sus brazos desnudos—. Confiésame todo; pero con nobleza. Nada de comedias… porque tú eras muy comiquito. Gracias que yo te conozco ya las marrullerías, y algunas bolas me trago; pero otras no. ¿De veras que vas a contármelo todo?

La idea de perdonar electrizaba a Jacinta, poniéndola tan nerviosa que echaba chispas. No cabía en sí de inquietud, pensando en lo grande del perdón que tenía que dar en pago de lo enorme de la sinceridad que se le ofrecía.

Y su zozobra era tal, que por poco se echa de la cama, cuando Juan se apartó de ella para ir hacia la suya… «¿Pero qué?—pensó—, ¿se arrepiente este tuno de lo que ha dicho?… ¿Es que no quiere contarme nada?… ».

«Abur, hombre» dijo en alta voz con despecho.

—Si vuelvo, si voy allá en seguida… Mi mujer gasta un genio muy vivo.

—Es que si cuentas, cuentas pronto; y si no, lo dices, para dormirme. No estoy yo aquí esperando a que al señorito le dé la gana de tenerme en vela toda la noche.

—Cállese usted, so tía… —Diciendo esto, volvió hacia ella, sentándose en el lecho y haciéndole mil ternezas.

—¡Ah!, esto está perdido—murmuró Jacinta en los respiros que las caricias de su marido le dejaban, ahogándola… —. Mira, estate quieto y no me sofoques. No tengo yo gana de bromas.

—Vamos al caso, niñita mía. Para que yo te cuente lo que deseas saber, es preciso que tú me cuentes antes a mí otra cosa. Dices que tú sospechabas esto que ha pasado, mejor, que lo adivinabas. ¿En qué te fundabas tú para adivinarlo?… ¿qué observaste y qué supiste?

—¡Ay!… ¡con lo que sale ahora este bobo… ! ¿Crees que una mujer celosa necesita ver nada? Lo olfatea, lo calcula y no se equivoca… Se lo dice el corazón.

—El corazón no dice nada. Eso es una frase.

—Cuando te vuelves faltón, la menor palabra, cualquier gesto tuyo me sirven para leerte los pensamientos. ¿Y te parece que es poco dato el ver cómo me tratas a mí? Hasta la manera de entrar aquí es un dato. Hasta una ternura, una palabra cariñosa te venden, porque al punto se ve que son sobras de otra parte, traídas aquí por deber y para cubrir el expediente… Palabras y caricias vienen muy usadas.

—¡Cuánto sabes!—Más sabes tú… No, no, más sé yo. En la desgracia se aprende… Muchas veces me callo por no escandalizar; pero por dentro siento algo que me está rallando así, así… muele que te muele… ¡Pues tengo yo un olfato… ! Cuando estás faltoncito, si no lo conociera por otras cosas, lo conocería por el perfume que traes algunas veces en la ropa… Otro dato: Una noche traías en el pañuelo de seda del cuello, ¿qué crees?, pues un cabello negro, grande. Lo saqué con las puntas de los dedos y lo estuve mirando. Me daba tanto asco como si me lo hubiera encontrado en la sopa. No chisté. Otra noche dijiste en sueños palabras de las que se dicen cuando un hombre se pega con otro. Yo me asusté. Fue aquella noche que entraste muy nervioso y con un dolor en el brazo. Tuve que ponerte árnica. Me contaste que viniendo no sé por dónde te salió un borracho, y tuviste que andar a trompazos con él. Traías tierra en la americana azul. Toda la noche estuviste muy inquieto, ¿no te acuerdas?

—Me acuerdo, sí—dijo el Delfín, renovando en su mente el lance con Maximiliano.

—Pues verás. Otra noche, cuando te desnudabas, plin… cayó al suelo un botón. Vino saltando hasta cerca de mi cama. Parecía que me miraba. Era de níquel, labrado, con muchos garabatos. Cuando te dormiste, me eché de la cama y lo cogí. Era un botón de mujer, de los que se usan ahora en las chaquetillas. Lo tengo guardado. Estas ignominias se guardan para en su día sacarlas y decir: ¿me negarás esto?… ¡Y tú siempre tan comediante! ¡Yo pasaba unas fatigas… !, pero nunca quise rebajarme al espionaje. Se me ocurrió preguntar al cochero. Con una buena propinilla, Manuel no me habría ocultado lo que supiera. Pero por respeto a ti y a mí misma y a la familia, no hice nada. ¡Contarle a tu mamá mis sospechas!… ¿Para qué?, ¿para disgustarla sin ventaja ninguna?… Guillermina, con quien únicamente me clareaba, decíame siempre: «paciencia, hija, paciencia». Y por fin llegaba yo a tenerla, y el molinillo que me daba vueltas en el corazón, molía, haciéndomelo polvo, y yo aguanta que aguanta, siempre callada, poniendo cara de Pascua y tragando hiel, tragando hiel. Esta mañana, cuando Amalia me dijo lo que me dijo, toda la sangre se me hizo como un veneno, y me propuse aborrecerte, pero aborrecerte en toda regla, no creas… y no perdonarte aunque te me pusieras delante de rodillas. ¡Pero es una tan débil… ! ¡Si merecemos todo lo que nos pasa… ! Es la mayor desgracia ser así, tan simplona… Como que estamos a merced de esas… secuestradoras, que de tiempo en tiempo nos prestan a nuestros propios maridos para que no alborotemos…

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