Skip to main content

Fortunata y Jacinta: 5

Fortunata y Jacinta
5
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Parte 1
    1. Capítulo 1. Juanito Santa Cruz
      1. 1
      2. 2
    2. Capítulo 2. Santa Cruz y Arnaiz. Vistazo histórico sobre el comercio matritense
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
    3. Capítulo 3. Estupiñá
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
    4. Capítulo 4. Perdición y salvamento del Delfín
      1. 1
      2. 2
    5. Capítulo 5. Viaje de novios
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
    6. Capítulo 6. Más y más pormenores referentes a esta ilustre familia
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
    7. Capítulo 7. Guillermina, virgen y fundadora
      1. 1
      2. 2
      3. 3
    8. Capítulo 8. Escenas de la vida íntima
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
    9. Capítulo 9. Una visita al Cuarto Estado
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
      9. 9
    10. Capítulo 10. Más escenas de la vida íntima
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
    11. Capítulo 11. Final, que viene a ser principio
      1. 1
      2. 2
      3. 3
  4. Parte 2
    1. Capítulo 1. Maximiliano Rubín
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
    2. Capítulo 2. Afanes y contratiempos de un redentor
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
      9. 9
    3. Capítulo 3. Doña Lupe la de los Pavos
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
    4. Capítulo 4. Nicolás y Juan Pablo Rubín.—Propónense nuevas artes y medios de redención
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
    5. Capítulo 5. Las Micaelas por fuera
      1. 1
      2. 2
      3. 3
    6. Capítulo 6. Las Micaelas por dentro
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
      9. 9
      10. 10
    7. Capítulo 7. La boda y la luna de miel
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
      9. 9
      10. 10
      11. 11
      12. 12
  5. Parte 3
    1. Capítulo 1. Costumbres turcas
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
    2. Capítulo 2. La restauración vencedora
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
    3. Capítulo 3. La revolución vencida
      1. 1
      2. 2
    4. Capítulo 4. Un curso de filosofía práctica
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
      9. 9
      10. 10
    5. Capítulo 5. Otra restauración
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
    6. Capítulo 6. Naturalismo espiritual
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
      9. 9
      10. 10
      11. 11
    7. Capítulo 7. La idea... la pícara idea
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
  6. Parte 4
    1. Capítulo 1. En la calle del Ave-María
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
      9. 9
      10. 10
      11. 11
      12. 12
    2. Capítulo 2. Insomnio
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
    3. Capítulo 3. Disolución
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
    4. Capítulo 4. Vida nueva
      1. 1
      2. 2
    5. Capítulo 5. La razón de la sinrazón
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
    6. Capítulo 6. Final
      1. 1
      2. 2
      3. 3
      4. 4
      5. 5
      6. 6
      7. 7
      8. 8
      9. 9
      10. 10
      11. 11
      12. 12
      13. 13
      14. 14
      15. 15
      16. 16
  7. Autor
  8. Otros textos
  9. CoverPage

5

El interés con que doña Lupe esperaba noticias de la pájara mala y de si sacaba bien o mal el pollo, no podrá ser comprendido sin tener en cuenta las grandes ideas que en aquellos días despuntaban en el caletre de la insigne señora. Su entendimiento excelso sugeríale determinaciones para todos los casos, y medios de armonizar los hechos con los principios en la medida de lo posible. Era su lema que debemos partir siempre de la realidad de las cosas, y sacrificar lo mejor a lo bueno, y lo bueno a lo posible. Esto lo había aprendido en la experiencia de los negocios, la cual se aplica con éxito a los asuntos morales, del mismo modo que el ejercicio de las matemáticas y la agilidad gimnástica que dan al entendimiento, facilitan el estudio de la filosofía.

Pues pensando en su sobrina, vino a sentar ciertas bases que discutió consigo misma, dándolas al fin por indestructibles, a saber: que aquello no tenía remedio, que la deshonra era inevitable, si bien no recaía sobre doña Lupe, pues a todo el mundo constaba que ella no alentó ni favoreció jamás los desvaríos de Fortunata. Esto lo sabían hasta los perros de la calle. Por consiguiente, bien podía la señora estar tranquila sobre este particular. Segundo punto: Fortunata sería todo lo mala que se quisiera suponer; pero había pertenecido a la familia, y la persona más importante de esta no podía menos de echar una mirada a la descarriada joven para enterarse de sus pasos, y tratar de impedir que arrojase sobre el claro apellido de Rubín ignominias mayores. Presentábase un problema grave, cuya solución no estaba al alcance de los entendimientos vulgares. Aquel pequeñuelo que iba a presentarse en el mundo era, por ley de la naturaleza, sucesor de los Santa Cruz, único heredero directo de poderosa y acaudalada familia. Verdad que por la ley escrita, el tal nene era un Rubín; pero la fuerza de la sangre y las circunstancias habían de sobreponerse a las ficciones de la ley, y si el señorito de Santa Cruz no se apresuraba a portarse como padre efectivo, buscando medio de transmitir a su heredero parte del bienestar opulento de que él disfrutaba, era preciso darle el título de monstruo.

«¡Oh!, si a mí me hubiera pasado lo que le pasa a esa panfilona—se decía—, ¿cómo no me había de señalar el otro una pensión de alimentos?

Bonito genio tengo yo para estas cosas… ¡Ah! ¡Pues si esa hiciera caso de mí, y se dejara llevar… ! Lo que es ahora, yo le aseguro que sus dos o tres mil duros de pensión no se los quitaba nadie… Lo primerito que yo haría era plantarme en casa de doña Bárbara y leerle la cartilla bien leída… Y lo haré, lo haré, aunque esa simple no me autorice. No lo puedo remediar, la iniciativa me alborota todo el espíritu, y reviento si no le doy salida… Y me inspira lástima lo que va a nacer, porque es un dolor que viva pobre viniendo de quien viene. Pues el día de mañana (pongo que sea varón), cuando crezca y sea preciso librarle de quintas, ¿qué va a hacer esa infeliz? No, esto no puede quedar así… ¡pobre criaturita! Hay que hacer algo, y véase aquí cómo es una caritativa cuando menos lo piensa… No, lo que es yo no me callo, yo me voy a ver a doña Bárbara, y con esta labia que tengo y lo bien que pongo los puntos, le haré ver el disparate de que su nieto esté peor que un inclusero… porque ¿de qué va a vivir? Las acciones del Banco se las comerán hijo y madre en un par de años, y con el rédito de los treinta mil reales no tienen ni para sopas. Lo que es dinero de Maxi no lo han de ver, de eso respondo, porque sería el colmo de la afrenta y de la tontería… Nada, nada; que yo doy la campanada gorda, siempre y cuando el señorito ese no le señale el estipendio en el término de un mes. Vaya si la doy… Me pongo mi abrigo de terciopelo, mi capota, mis guantes y ¡hala!… Ahora se me ocurre que debo empezar por darle una embestida a mi amiga Guillermina, que se hará cargo de la justicia del caso… Sí, ¡magnífica idea! Guillermina hablará con la otra y… Ahora, ahora comprenderá esa loquinaria la diferencia que hay entre obrar ella por cuenta propia y tenerme a mí por consejera y directora. ¿Apostamos a que ella, si el otro no le da un cuarto, se deja estar con su santa pachorra, sin atreverse a nada, tragando hiel y muriéndose de hambre? Pero yo, cuando hago el bien, lo hago contra viento y marea, y se lo meto en los hocicos a las personas tercas e inútiles que no saben hacer nada por sí».

Estas ideas, que fermentaron en el cerebro de aquella gran diplomática y ministra durante todo el mes de Marzo, determinaron los recaditos que mandó a Fortunata con Ballester, el encargo que hizo a Quevedo de asistirla cuando el caso llegara, no vacilando en decir al feo y hábil profesor de obstetricia que sus honorarios no serían perdidos. Algo la desconcertó Maxi el día en que se mostró sabedor del secreto, pues la señora, para hacer todos aquellos proyectos benéficos en interés del vástago de Santa Cruz, partía del principio de que su sobrino desconocía en absoluto la verdad. Muchísimo se alegraba de verle tan sereno; pero la sacaba de quicio el pensar que se volvería razonable hasta el punto de compadecerse de su mujer, y asignarle alguna pequeña renta para que no pidiera limosna o se prostituyese. No, el otro, el que había roto los vidrios, era el que los tenía que pagar.

A esta altura estaban sus cavilaciones, cuando Maxi le llevó la noticia que le diera doña Desdémona. Lo primero en que doña Lupe puso su atención inteligente fue en la cara del joven al dar el recado, y se pasmó de su impavidez, a pesar de que demostraba penetrar el sentido recto de la alegoría empleada por la señora de Quevedo. Después de repetir textualmente el recado, añadió: «Ha sido esta mañana. D. Francisco acababa de llegar y se estaba acostando».

Doña Lupe no volvía de su asombro. «Vaya, que lo toma con calma. Más vale así. ¿Y esto es cordura o qué es? Será lo que llaman filosofía… Dios nos tenga de su mano, si después le da por la filosofía contraria».

—¿Piensa usted ir a verla?—le preguntó después el chico con la mayor naturalidad.

—¿Yo?… pero qué cosas tienes… Veo que es inútil hacer comedias contigo. Con ese talentazo que estás echando, nada se te escapa… ¡Verla yo! Sólo por curiosidad he querido saber lo que sé… De aquí en adelante, como si no existiera. ¿No piensas tú lo mismo?

—Exactamente lo mismo… ¿Ve usted lo frío y sereno que estoy?

—Así me gusta. Esto se llama ser filósofo en toda la extensión de la palabra, y elevarse sobre las miserias humanas—dijo la viuda con emoción verdadera o falsa—. No vuelvas a acordarte más del santo de su nombre…

—Y aunque me acordara, tía, aunque me acordara…

—¿Para qué?… Tú no has de verla.

—Y aunque la viera, tía, aunque la viera…

Doña Lupe se inquietó un poco oyendo esta frase, dicha con cierto sentido de tenacidad maniática. Pero Maximiliano se apresuró a tranquilizarla con otro argumento: «¿Pero no observa usted lo cuerdo que estoy? Si no me he visto nunca así, ni en mis mejores tiempos… Ya quisieran todos… ».

La señora tomó pie de esto último para variar la conversación: «Dices bien. ¿Sabes que tu hermano Juan Pablo me parece a mí que no está bueno de la cabeza? Hoy estuvo otra vez a darme la jaqueca… Pues que le he de hacer el préstamo o se pega un tirito. ¡Como no se mate él! Es el egoísmo andando. Se necesita atrevimiento. ¡Pedirme dinero un hombre que, cuando debe, no hay medio de sacarle un real, y se enfada si una reclama lo suyo! Dice que le van a hacer secretario de un gobierno de provincia y qué sé yo qué… ¿Tú lo crees? Muy rebajada está la talla de los empleados; pero no tanto… ».

En aquel segundo ataque desesperado que dio Juan Pablo a su tía, salió de la casa el pobre hombre más muerto que vivo. Su tía no era ya simplemente una mujer mala; era un monstruo, una furia, un dragón mitológico. Aquel tiro con que él se amenazaba a sí mismo, ¡cuánto mejor estaría empleado en ella! «Pero ese tiro, ¿me lo doy o no me lo doy?… No tengo más remedio que dármelo—discurría entrando por la calle de la Magdalena—. Por ninguna parte veo la solución. Sí, lo que es el tiro me lo pego; vaya si me lo pego… Lo malo es que no tengo revólver… Se me está figurando que al fin y al cabo no me pegaré tiro ninguno. Es uno así, tan dejado, que no se arranca… Ya voy viendo yo que una cosa es decir uno de buena fe que se mata, y otra cosa es hacerlo… Pero en fin, yo sigo en mis trece, y al fin, me lo tendré que pegar, no habrá más remedio».

Annotate

Next / Sigue leyendo
6
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org