Skip to main content

Lo Prohibido: II

Lo Prohibido
II
    • Notifications
    • Privacy
  • Project HomeBenito Pérez Galdós - Textos casi completos
  • Projects
  • Learn more about Manifold

Notes

Show the following:

  • Annotations
  • Resources
Search within:

Adjust appearance:

  • font
    Font style
  • color scheme
  • Margins
table of contents
  1. Portada
  2. Información
  3. Lo Prohibido
    1. Capítulo I
    2. I
    3. II
    4. III
    5. IV
    6. V
    7. VI
    8. Capítulo II
    9. I
    10. II
    11. III
    12. Capítulo III
    13. I
    14. II
    15. Capítulo IV
    16. I
    17. II
    18. III
    19. IV
    20. V
    21. Capítulo V
    22. I
    23. II
    24. Capítulo VI
    25. I
    26. II
    27. Capítulo VII
  4. Capítulo VIII —
    1. Capítulo IX
    2. I
    3. II
    4. III
    5. Capítulo X
    6. Capítulo XI
    7. I
    8. II
    9. III
    10. IV
    11. V
    12. VI
    13. VII
    14. Capítulo XII
    15. I
    16. II
    17. III
    18. Capítulo XIII
    19. I
    20. II
    21. III
    22. IV
    23. Capítulo XIV
    24. I
    25. II
    26. Capítulo XV
    27. I
    28. II
    29. Capítulo XVI
    30. I
    31. II
    32. Capítulo XVII
    33. I
    34. II
    35. Capítulo XVIII
    36. I
    37. II
    38. III
    39. IV
    40. Capítulo XIX
    41. I
    42. II
    43. III
    44. IV
    45. Capítulo XX
    46. I
    47. II
    48. III
    49. Capítulo XXI
    50. I
    51. II
    52. III
    53. IV
    54. V
    55. VI
    56. Capítulo XXII
    57. I
    58. II
    59. III
    60. IV
    61. V
    62. VI
    63. VII
    64. Capítulo XXIII
    65. I
    66. II
    67. III
    68. IV
    69. V
    70. Capítulo XXIV
    71. I
    72. II
    73. III
    74. IV
    75. V
    76. VI
    77. VII
  5. Capítulo XXVNabucodonosor
    1. I
    2. II
    3. III
    4. IV
    5. V
    6. VI
  6. Capítulo XXVIFinal
    1. I
    2. II
    3. III
  7. Autor
  8. Otros textos
  9. CoverPage

II

En el principal de mi casa no reinaba siempre una paz perfecta. No pocas veces, al subir a casa del tío, asistí contra mi voluntad a escenas dramáticas. Un día vi a Eloísa llorando cual si le ocurriera una gran desgracia, y a su mamá tratando de calmarla con la aplicación simultánea de varios antiespasmódicos. Estaba en meses mayores y podría sobrevenir una catástrofe. No pude conseguir que me enterasen del motivo de semejante duelo, ¡tan afanadas parecían ambas! Pero Camila, que estaba en el comedor besando al gato y arañando a su marido, púsome al corriente de los trágicos sucesos. La noche antes María Juana, Camila y el esposo de Eloísa habían tenido una discusión un poco agria sobre cosas políticas. Hubo algunas expresiones acaloradas... Pero el prudente Medina cortó la disputa con discretas y conciliadoras razones. Lo malo fue que al día siguiente la renovaron las dos mujeres. Palabra tras palabra, ambas hermanas se encendieron poco a poco en ira, y oyéronse conceptos un tanto vivos... «Los Carrillos eran unos hambrones aduladores»... «Los Medinas unos tíos ordinarios de la Cava Baja»... «La marquesa de Cícero había sido una acá y una allá»... «Los maragatos, en cambio, vendían pescado»... «Los Carrillos eran revolucionarios porque no tenían una peseta»... «Los Medinas no eran nada porque no tenían entendimiento»... En fin, mil tonterías. Eloísa, menos fuerte que su hermana en la polémica, se embarullaba, tenía rasgos de ira infantil, concluyendo por echarse a llorar. Sentí mucho haber perdido la escena, pues llegué cuando la tempestad había pasado, y sólo se oían truenos lejanos. En el gabinete de la derecha de la sala, la pobre Eloísa daba respiro a su corazón oprimido, diciendo entre sollozos: «Me alegraría de que viniese una revolución... grande, grande, para ver patas arriba a tanto... idiota». En el gabinete de la izquierda, María Juana, mal sentada en una silla, el manguito en una mano, el devocionario en otra, la cachemira cogida con imperdible y abierta como una cortina para mostrar su bien formado pecho, el velo echado atrás, las mejillas pálidas, la nariz un poco encendida a causa del frío, los quevedos (que empezaba a usar por ser algo miope) calados y temblorosos sobre la ternilla, los pies inquietos estrujando la lana de una piel de carnero, hacía constar la urgente necesidad de una revolución... grande, grande, que acabara de una vez para siempre con los... me parece que dijo «los mamalones que viven a costa del prójimo».

«Pero, señoras —dije yo interviniendo y pasando de un gabinete a otro para ponerlas en paz—. ¿Qué piropos son esos y qué furor de revoluciones ha entrado en esta casa?...

Por fin, después de que las aplaqué burlándome de sus antojillos demagógicos, les dije: «Hoy es mi cumpleaños. Convido... Todo el mundo a almorzar en Lhardy.

(Gran sensación, tumulto, preparativos, sonrisas que brillaban tras un velo de lágrimas, gorjeos de Camila, alegría y reconciliaciones.)

Los móviles de estas domésticas jaranas no eran siempre políticos. Otro día Camila, después de llamar hipócrita a su hermana mayor, rompió a chillar como un ternero, jurando que no volvería a poner los pies en aquella casa. Averiguada la razón de este tumulto y de las contorsiones que mi primita hacía, resultaba ser celillos del papá. Sí, mi tío, al decir de Camila, quería más a María Juana que a sus demás hijos, distinguiendo comúnmente a aquella con mil cariñosas preferencias; de donde se deducía que mi tío no era un modelo de imparcialidad paterna, como hasta entonces habíamos venido creyendo. Siempre que las hermanas altercaban sobre cualquier asunto, por nimio que fuera, como por ejemplo, la elección de un color para vestido, cuál teatro era más bonito, si había llovido este año más que el pasado, el padre apoyaba ciegamente el partido de María Juana. «Un padre debe querer a sus hijos por igual —decía Camila aquel día entre sollozos y lágrimas». Más tarde vine a saber que todo aquel alboroto fue por un paquete de caramelos de la Pajarita. Otras veces la grave causa era «si tú me quitaste el periódico cuando yo lo estaba leyendo», o bien «que yo no fui quien dejó la puerta abierta, sino tú», o cosa por el estilo.

Debo decir, en honor de la verdad, que pasaban también semanas enteras sin que la paz se turbase, viviendo todos, padres, hijos, hermanas y yernos en aparente concordia. Siempre habría sido lo mismo si mis tíos hubieran establecido en la casa, antes de quela prole creciera, una estrecha disciplina. Mas no lo hicieron así. Era mi tía Pilar una excelente señora; pero de tan flojo carácter, que sus hijos, y aun los criados, y hasta el gato, hacían de ella lo que querían. Mi tío no se cuidó nunca de sus hijos más que para comprarles dulces y llevarles un palco para que fueran al teatro algún domingo por la tarde. Todo el día estaba en la calle, y los festivos solía ir de caza al coto que en sociedad con varios amigos tenía arrendado.

Mi primo Raimundo, de quien no he hablado aún, vivía en completa paz con mis tres primas, pues había adoptado en todos los asuntos domésticos un temperamento flemático, y aunque su mamá tenía marcadas preferencias por su único varón, este, que era insigne filósofo, como se verá más adelante, cuidaba de no hacerlas patentes delante de sus hermanas para aprovecharlas mejor.

Annotate

Next / Sigue leyendo
III
PreviousNext
Powered by Manifold Scholarship. Learn more at
Opens in new tab or windowmanifoldapp.org