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El ángel del hogar: Sección II

El ángel del hogar
Sección II
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  1. Cover Page
  2. Rights
  3. Sección I
  4. Sección II
  5. Sección III

MARÍA DEL PILAR SINUÉS, EL ÁNGEL DEL HOGAR

Semblanza biográfica de María del Pilar Sinués

https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_del_Pilar_Sinués

Capítulo IV. “De la literatura en la mujer”

I.

[p. 200] Ha sido tan debatida y a veces tan injustamente juzgada la cuestión de si convenía o no la literatura en la mujer, que bien necesitaba hoy la defensa de otra pluma más elocuente que la mía.

Muy pocos seres se encuentran que sean defensores del talento de la mujer. Los hombres, en general declaman contra él, porque, preciso es confesarlo, su instinto orgullo y egoísta les hace desear que la condición de la mujer sea siempre esclava de la suya, como si el talento de esta débil mitad del género humano pudiese ser nunca gemelo del talento del hombre.

Por lo regular, la poesía de la mujer es dulce y melancólica, pero ¡cosa extraña!, muchas mujeres que cantan al dolor como así inseparable compañero, que en sus versos lloran resignadas, son en su casa, y en el interior de su familia, una arpías, coléricas, vanas y llenas de pretensiones.

[p. 201] Yo conozco algunas mujeres que escriben, que no hablan ni andan como las demás.

Su acento es siempre lloroso y declamatorio.

Su paso afectado y lento.

El alimento que toman a la vista de las gentes no bastaría para sustentar a un pájaro; y sus posturas en el sofá y la butaca, único asientos que ocupan con preferencia a sus padres y superiores, son tan abandonadas como indecorosas.

En el terreno de la discusión, quieren que su opinión prevalezca siempre, porque su soberbia y vanidad no les permiten usar con nadie de la menor deferencia […]. En suma, el tipo de literata, tal como yo he visto algunas, es tan empalagoso, tan perjudicial que no me sorprende que inspire aversión.

¿Podrá creerse en la sensibilidad que estas mujeres derraman en sus versos? ¿En las virtudes que predican en ellos? ¿En los sufrimientos extraordinarios que describen?

Si descuidan todos los deberes de la familia, si son intolerantes, inmodestas, vanas y soberbias, sus obras caerán en el ridículo, que casi siempre, aunque sea velado, acompaña a las obras de la mujer.

[p. 202] “Solo la verdad convence”, ha dicho Cicerón. Y este animo es ta innegable que todos los días [lo] vemos confirmado. Aunque los escritos de esas mujeres, de las cuales acabo de hablar, seduzcan como productos de lozanas imaginaciones, el corazón del lector quedará vacío, sin que quizá sepa él mismo darse cuenta del por qué.

No puede ser buena la mujer que descuida sus deberes. Tal vez escribirá con arte, pero no con verdad y convicción, y en ese caso, solo puede alucinar a entendimientos muy medianos.

Si se entrase en el interior de la casa de algunas escritoras se vería, como lo he visto yo, que estas son un mueble enteramente inútil, aunque muy costoso.

Yo trataba en una capital de provincia a una familia respetable, de la cual formaba parte una poetisa: al menos este era el nombre que daban sus padres a una joven que estaba todo el día emborronando papel con renglones desiguales. A primera vista se comprendía cuán caro le costaba a la familia el talento de aquella criatura. La erudita debía, en su opinión, usar más lujo que sus hermanas, porque su vena poética la había hecho ya muy conocido. […] Había olvidado zurcir[…]. [p. 203] No planchaba un pañuelo y consentía que su anciana madre se tomase ese penoso trabajo por el temor de ver enriquecidas sus blancas manos. No limpiaba la casa, ni cosía la ropa de la familia. […]

Por estos tristes ejemplos se teme en las familias, como al fuego, a una literata. En vez de ser, como debía, modelo de todas las virtudes, en vez de ser generosa, sumisa y tierna, es, por lo regular, egoísta, altanera e insensible. […Y], por otra parte, no se quiere casar hasta que tenga treinta años, para dejar antes consolidado su nombre.

¡Extraño delirio es por cierto el que hace abandonar la dulce dicha del hogar doméstico para correr detrás de un fantasma, que raras veces ve realizado el hombre y que nunca alcanza la débil mano de la mujer! […]

[p. 204] Es bien sabido que en España la literatura lejos de enriquecer al que la cultiva, le empobrece, porque en estos tiempos en que tanto se escribe, es tan difícil encontrar un editor, como un marido, y tan difícil agotar la edición de unas poesías como hallar un avaro generoso. Es necesario un nombre conquistado a fuerza de vigilias y penalidades. Es necesario que el que escribe haya consumido sobre su mesa el color de sus mejillas, el brillo de sus ojos y la salida de su vida, para que pueda ganar algún dinero con su pluma.

Y esas pobres mujeres ponen en tortura su ingenio por ver sus versos impresos en los periódicos de provincias, alcanzando por recompensa las quejas de sus esposos […] y en llanto de sus hijos, a los cuales golpea la niñera, exasperada porque sus padres le deben algunos meses de salario. […]

[p. 205] ¡Ah! Estos cargos, sin contar con la maledicencia de la sociedad; estos amargos cargos de las personas que deben las más queridas para la mujer, bastan para extirpar de todo corazón amante y honrado el funesto afán de gloria literaria que domina hoy a mi sexo.

II. [1]

No creáis por lo que llevo escrito, quizá con sobrado atrevimiento, que el deseo de alcanzar una gloria sin rivales me hace hablar así. […] Nunca he podido concebir cómo existen almas bastante bajas para ensañarse en las composiciones de los débiles seres que pertenecen a mi sexo. Lo dije ya en otra ocasión al dar al público uno de mis escritos, en que defendía el talento de una mujer [En nota abajo: La señora Lozano de Vilches]. […]

[p. 206] Yo acabo de poner en evidencia todas las ridicules de la mujer escritora. Acabo de probar también que este tipo […] es altamente perjudicial; y ahora añado con todo el fervor de mi alma: ¡ojalá que todas las mujeres naciese escritoras con talento para enaltecer, moralizar y hacer mejor nuestra corrompida, materialista y prosaica sociedad! La culpa de todas las ridiculeces de la literata […], esa culpa es de sus madres.

¿Por qué las dejan desde los seis años […] devorar dramas y novelas a su sabor, sin tasa ni cuidado? […] [p. 207] Niña hay a quien yo conozco, y cuyos padres son respetables como respetados, que está devorando Los tres mosqueteros. […] Las madres están contentísimas de que sus hijas, al volver del colegio, tomen de los estandartes de sus padres cuantos libres quieran, a trueque de que no les molesten saltando, cantando y corriendo durante las horas que permanecen en casa. […]

[p. 208]¡Infelices niñas! ¿Qué educación, qué estudios os han dado […]?

¡Ah! Vosotras sois las que producís esos volúmenes de poesías, en que hay quejas de males imaginarios. En que se deplora la suave y dulce condición de la mujer, como si fuese un mal el haber nacido para ser el ángel del hogar doméstico [e]n que se interpretan los decretos de Dios. […]

[p. 209] Por su misma felicidad y por la todos los seres que la rodean es conveniente y hasta necesario inculcar la poesía en el alma de la mujer. Porque la poesía no hacer versos ni escribir novelas. Una mujer que ve poner el sol rodeada de sus hijos y les hace comprender en este grandioso espectáculo la bondad próvida de Dios es más poetisa que la que llena un grueso volumen de insípidas lamentaciones, sin objeto moral ni provechoso.

La madre que cuida en su retiro flores que perfumen el aposento de sus hijos, que ama y comprende la música, que educa a su familia en el temor de Dios y en la virtud, que enseña a sus hijos a hablar con graciosa y moderada dulzura, que las [sic, ahora especifica el femenino] enseña a vestirse con gusto y sencillez, es para mí la verdadera poetisa, porque la poesía es el sentimiento de lo bello. Una mujer muda y manca, que no puede escribir, pero que comprende la grandeza de Dios, que se conmueve al contemplar la belleza de la creación, que ama el perfume de las flores, que derrama lágrimas al ver [p. 210] un anciano que le pide limosna es, para mí, una gran poetisa; más diré, es, según mis creencias, una mujer sublime.

El ángel del hogar. Sexta edición. Tomo I. Madrid, Librería de San Martín, 1881, pp. 200-210.

  1. Aparece como III en la publicación original por error de imprenta. Puntualmente se ha corregido la puntuación y ortografía del original. ↑

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