XVII
Pasados muchos días, sin que el historiador pueda precisar su número, volvió Fenelón a su amigo con nuevos y más preciosos informes. Al anochecer, en la batería para resguardarse de la garúa, arrimáronse a una porta y charlaron largamente, sentados en el suelo, sin más testigos que la formidable cureña, y el cañón que al mar apuntaba con su boca muda. «Hay grandes novedades —dijo el hispano—francés—, y la primera es que la revolución, que estaba en manos torpes, ha pasado a las del General Canseco, Vicepresidente de la República (entre paréntesis, primo hermano de doña Celia). ¿No sabes lo que ocurre? Ello parece mentira; pero es verdad, mi palabra... Pues se ha sublevado la escuadra peruana... La fragata Amazonas, mandada por el Almirante Panizo, navegaba días pasados llevando tropas al Sur... ¿Y qué hizo la tropa? Pues dar el grito, y con el grito, muerte a toda la oficialidad. Quedó dueña del barco, y como soberana nombró jefe a don Lisardo Montero, capitán de navío... ¿Qué dices, inocente Ansúrez? (El celtíbero no decía nada.) Lo primero que hizo este señor fue poner rumbo a Pisco, a la vera de las islas del guano, y allí estaba la fragata América... ¿No te acuerdas? Es la que encontramos en Magallanes. ¿Qué tenía que hacer en Pisco esa otra fragata más que esperar a que la sublevaran? Montero se le atravesó por la proa, y enseñándole la andanada, la intimó a que se rindiera... lo que efectuó sin resistencia, porque resistir no podía... Después cayó de la misma manera el vapor Túmbez... Los sublevados confían que se les agregará la fragata Unión, hermana de la América, que ha de llegar muy pronto. ¿Qué te parece, amigo? ¿Qué opinas tú de esta trapisonda, que hoy es marítima, y mañana será terrestre?».
—Como no entiendo yo nada de política —dijo Ansúrez rascándose el cráneo—, de esta revolución no puedo pensar nada bueno ni malo, mientras no me digas si con ella estoy más cerca o más lejos de ver a mi hija y gozar de su presencia.
—A eso voy... Tengo motivos para creer que tu hija y su marido y suegra partieron del Cuzco hace bastantes días.
—Yo he soñado, no sé si anoche o anteanoche... que mi hija estaba, con séquito lucido de caballeros y damas, en una cacería... allá... qué sé yo... Vi un gran lago...
—Ya... El Titicaca. Habría más bien pesca, o cacería de patos. Puede ser que tu sueño fuera una visión de la realidad distante.
—¿Y ese lago es muy extenso?
—Calculo que es del tamaño de la isla de Puerto Rico. Ya ves qué charquito. Y no te diré yo que sus márgenes, o gran parte de ellas, no sean propiedad de tu hija.
—¿Y qué distancia hay del Cuzco a ese pedazo de mar dulce?
—Como treinta leguas, por caminos endemoniados... Pero no hay distancias para los ricos. Las damas y caballeros que en sueños has visto irían montados en avestruces...
—No hay avestruces en este país, creo yo, Fenelón... Irían en llamas, en guanacos... o sabe Dios cómo irían.
—En palanquines, tal vez, cargados por indios... Me parece, buen amigo, que no debemos referir tu sueño al lago Titicaca, sino a otro más pequeño que está en territorio muy distante de la zona del Cuzco. Para mí, tu hija y los Chacones están ahora en el Cerro del Pasco, donde tienen sus minas, y seguramente, a más de las minas, palacios, grandes cotos y montes para sus diversiones. Puede que hayan resucitado allí la antigua caza de cetrería: pájaros rapaces hay aquí muy para el caso. Como Belisario es poeta, habrá querido dar a su esposa, por ejemplo, el espectáculo de aquellas cacerías tan magníficas, de los tiempos en que no se conocía la pólvora... Lo que te digo: Belisario lo convierte todo en poesía. Después de cazar con halcones y gerifaltes en la ribera del Lago de Junín, que así se llama, habrá inventado diversiones acuáticas, mandando construir un magnífico galerón, como el que tenía el Dux de Venecia para salir a casarse con la mar, y en él paseará Mara por el lago con sus damas, pajes y acompañamiento rico y aparatoso... Y desde la embarcación dispararán flechas contra los ánades o cisnes, para que todo sea poético, conforme a los usos de la edad en que la vida era más bella que ahora.
—Dará gusto ver a mi hija —dijo Ansúrez en éxtasis—, tendiendo el arco... así, como una diosa, y disparando la flecha con tan buena puntería, que no habrá pato que se le escape... Y puede que también disparen flechazos contra los peces... aunque mejor lo harán con arpones, que para mí habrá en ese lago abundancia de peces de gran tamaño, así como toninos o golfines.
—Mi palabra de honor, que también tú, querido, te nos vas volviendo poeta... En ti veo la influencia de América, y la inspiración que te da el amor a tu hija, porque el amor es el manantial de la poesía... Mira por dónde lo que fue tu desesperación ha venido a ser tu consuelo.
—¡Oh!, no, Fenelón... dejemos estas tonterías —replicó Diego tornando a la realidad, como el aeronauta que da salida al gas para descender a tierra—. Tú eres quien me ha trastornado con tus invenciones románticas de la caza de cetrería y del pasear en galerón por esos lagos de engañifa... Dime la verdad, Fenelón amigo: tú has bebido hoy más de la cuenta.
—Cuatro copas no más he tomado después de comer. Economizo mi Jerez, que se me concluye, y no sé cómo reponerlo. Tú eres el que ha bebido con exceso.
—Borracho estoy, sí; pero no me trastornan las copas, sino mis pensamientos tristes, la ansiedad en que vivo por no tener contestación a las cartas que escribí a la prenda de mi corazón.
—Sobre eso tengo que decirte que es locura pensar en la puntualidad de correos, mientras duren las circunstancias de revolución en tierra y mar, y la tirantez de nuestras relaciones con el Perú. ¿Quién asegura que tu hija recibió las cartas que le escribiste? Y si las recibió y te ha contestado, ten por cierto que su carta quedó en el camino. Ya sabes que nuestro correo nos llega por el Consulado inglés, y que lo recogemos en la capitana del Comodoro Harvey.
—Por ahí viene el correo de España; pero una carta del interior del Perú nunca pensé que nos llegara por mano inglesa.
—Pues no la esperes, Diego. Vuelve a escribir a tu hija...
—¿A dónde, ajo?
—Al Cerro del Pasco... Para mayor seguridad, yo iré mañana al Chorrillo; veré a Canterac, y le preguntaré a dónde debes escribir... Advierte a Mara que te dirija la carta al cuidado del comodoro Harvey.
—¡Virgen del Carmen —clamó Ansúrez levantándose presuroso y corriendo al camarote de Sacristá, donde comúnmente tiraba de pluma—, escribiré al instante!... ¡Ajo, tanto tiempo perdido!... y ahora... vuelta a empezar... Dios no me quiere ya. Tiene razón Binondo... Estoy lleno de pecados.
Ved aquí al pobre hombre nuevamente inmergido en la faena epistolar, que era gozo y tormento de su alma. Pensamientos nuevos puso en el papel; su inspiración era inagotable. Con esto se entretenía, descendiendo al fondo de sus amarguras como un buzo que desea explorar y reconocer las cavernas recónditas del mar... Y en esto desfilaron unos tras otros los días de ociosidad, y llegó uno memorable por haber aparecido en el puerto del Callao la flota insurrecta o Restauradora, compuesta de las fragatas Amazonas, América y Unión, al mando de Montero. Dirigió este a los jefes de las escuadras extranjeras oficios en que manifestaba su propósito de intimar a la plaza la rendición; mas no le hicieron caso, que era como negar la beligerancia que los revolucionarios solicitaban. Fondearon las fragatas junto a la isla de San Lorenzo, donde mataban el tiempo tirando al blanco; y al fin, desconsoladas, se fueron a las Chinchas.
Corrieron monótonos los días, y el 17 de Agosto entró en el Callao el Marqués de la Victoria, caballero sirviente que fue de la Numancia en el viaje de Montevideo al Puerto del Hambre. No era joven el Marqués, y sus calderas y máquinas se resentían del largo servicio, sin las reparaciones debidas; así es que cojeaba en su lento andar de ocho millas. Pero si flaqueaba de los pies, no así del corazón, y dispuesto se le vio siempre a correr nuevas aventuras, bajo la rienda de su valeroso comandante don Francisco Castellanos... Salió la escuadra el 31 a efectuar un crucero de instrucción. Convenía navegar para obtener mediana limpieza de los cascos, que en las prolongadas estadías en aguas tropicales se llenaban de broza y escamujo. Trasladó Pareja la Numancia accidentalmente su insignia; la escuadra hizo diferentes evoluciones, probando el andar a la vela de cada buque, y a los cuatro días regresó al Callao, donde a todos esperaban interesantes noticias traídas por el correo. Consecuencia de ellas fue que Pareja, con todas sus naves a excepción de la Numancia y Marqués de la Victoria, saliera para Valparaíso. ¿Qué ocurría, qué determinaciones del Gobierno motivaban la prisa con que se alistaron las fragatas de hélice para marchar a los puertos de la República de Chile?
Camarote de Sacristá.— Han comido juntos Sacristá, Mendaro y Ansúrez, y de sobremesa charlan y trincan.
SACRISTÁ.— Os lo explicaré yo si puedo. Sabéis que en Chile teníamos un embajador, o legado... no sé cómo esto se llama... que llevaba veinte años en aquella República, con vida ociosa y divertida. Fácilmente se van haciendo al vivir regalado los diplomáticos, y el nuestro acabó por ser más chileno que español.
MENDARO.— He oído que don Salvador Tavira, que así se llama nuestro Ministro en Santiago, estaba muy agarrado a los cariños chilenos. Si el Gobierno español lo sabía, ¿por qué no lo retiró del empleo y puso en su lugar a otro? Veo que aquí se cargan todas las culpas a la cuenta de los americanos, y esto no es justo. Yo, español, digo y sostengo que los políticos de allá tienen la mayor culpa de esta guerra, por haber mandado acá sus primeros mensajeros con tanta arrogancia, y ahora por el desacierto con que disponen todas las cosas. ¿No están conformes ustedes, españoles a rabiar, con la opinión de este español tranquilo, que quiere vivir en paz con sus hermanos de América? Pues lo siento. He dicho.(Bebe. )
SACRISTÁ.— (con solemnidad. ) Dejemos a un lado, amigos míos, esos pareceres de si ha sido prudente o no el mover guerra con estos leoncitos de América. Lo hecho, hecho está, y ya no podemos volvernos atrás. Ese señor Tavira presentó al Gobierno chileno un pliego de quejas, pidiendo satisfacción de los insultos a nuestro Consulado, a nuestra bandera y a nuestra querida soberana doña Isabel II, que Dios guarde. El Gobierno chileno contestó de mala manera, pasándose las reclamaciones de nuestro Gobierno por semejante parte. Ello era una guasa... Nuestro Ministro, señor Tavira, no admitió las explicaciones... Pasó tiempo, y un día se levanta el hombre de buen humor, con el mejor humor chileno, ¿y qué hace? Acepta y da por buenas las explicaciones... Van y vienen correos... El Gobierno español se llama a engaño, ¿y qué hace? Desaprobar la conducta del Tavira y mandarle a su casa; y para llevar las cosas por derecho, nombra Plenipotenciario al señor Pareja, dándole facultades para reclamar y exigir las satisfacciones, primero por la buena, y si no entran por la buena, por la mala, esto es, a cañonazo limpio. España podrá estar loca; pero de tonta no tiene un pelo. O se le dan satisfacciones de tanto insulto y vejámenes tantos, o sabrá sacar el pecho como corresponde a su nombre glorioso... He dicho. (Bebe. )
MENDARO.— (tamboreando en la mesa con los dedos, después de beber. ) Tan... taran... tan. No me meto en si España desenvaina su espada con razón o sin ella. Español trasplantado en América, no entiendo bien estas cosas, y lo que quiero y pido es que la envaine sin deshonor... El que viene de aquel hemisferio a este, se va dejando en las aguas los puntillos de honra. Cuando uno se establece aquí para ganarse la vida, están muy pasados por agua los orgullos de allá... y esto debe España tenerlo en cuenta antes de sacar de la vaina el espadón... Estos países son hijos del nuestro emancipados, harto grandullones ya para vivir arrimados a las faldas de la madre... y aunque sean algo calaveras, no debe la madre ponerse con ellos demasiado fosca. Son republicanos; han roto con la historia vieja, y se traen ellos su historia. España les dio con su sangre la picazón de las rebeldías... debe tratarlos con indulgencia, y no reparar tanto en lo que dicen, que de muchachos no debe esperarse mucho comedimiento en la palabra. En fin, este es mi parecer. Tómenlo como quieran. Soy español trasplantado: lo que digo es mi pensamiento natural... y algo más que me entra por las raíces. (Bebe. )
SACRISTÁ.— Pronto hemos de ver grandes acontecimientos. Las fragatas van a Caldera a tomar carbón, y la Villa de Madrid sigue a marchas forzadas a Valparaíso, donde nuestro General echará su ultimatum, que es dar un plazo para las satisfacciones. Nosotros quedamos aquí en espera de lo que resulte de esta trifulca peruana; pero no creo que durmamos mucho en estas aguas. Suceda lo que quiera, yo digo: «¡Viva Isabel!». (No beben: pensativos, miran al suelo. )
ANSÚREZ.— (después de larga pausa. ) Yo tengo mi corazón en América... Pero con el corazón en América, también digo: ¡viva la Reina! Mi bandera es muy grande. Coge medio mundo, desde España al Pacífico... ¿Qué me dice el nombre de este mar? Pues que brinde por Mara... verbigracia, por la paz.